¿Los judíos creen en el cielo y el infierno?
El «más allá» o el mundo venidero, es el lugar donde la persona que «decidiste ser» se encuentra con la persona que «podrías haber sido». Esto no debe ponerte nervioso.
Por alguna razón, y esto ocurre más a menudo de lo que puedas imaginarte, muchas personas me comentan que los judíos no creen en el cielo o en el infierno.
Lo cual en cierta forma es cierto.
Los conceptos judíos de cielo e infierno son radicalmente diferentes de los que presenta la cultura popular, pero el judaísmo sí cree en una vida después de la muerte, el «más allá» o el mundo venidero.
El «más allá» (el cielo o el infierno) es el lugar donde la persona que «decidiste ser» se encuentra con la persona que «podrías haber sido». Dependiendo de la vida que hayas vivido, esa perspectiva puede ser emocionante o aterradora. (En lo que a mí respecta, no tengo ninguna prisa por averiguarlo).
Nuestra fuente es el gran pensador y filósofo medieval, Maimónides (Leyes de arrepentimiento 8:2), donde explica esta declaración sobre la vida futura a partir del Talmud de Babilonia (Brajot 17a).1 «En el Mundo Venidero no hay comida, bebida ni intimidad sexual… más bien los justos se sientan con sus coronas sobre la cabeza y disfrutan del resplandor de la presencia de Dios».
Pero esta declaración no es tan sencilla. Una vez que sabes que no hay comida ni bebida, entiendes que el Talmud debe estar describiendo una realidad diferente a la del mundo físico. Es un lugar en el que no hay nada físico, cuerpos y posiblemente tampoco tiempo. Dado que esta es la suposición, entonces ¿cómo puede decir el Talmud que los justos están «sentados»? (Para nuestro propósito, voy a definir a los justos como las personas que desarrollaron su potencial espiritual). Uno no puede sentarse si no tiene un cuerpo. ¿Y cómo pueden tener coronas sobre la cabeza? Si uno no tiene un cuerpo físico, por definición, tampoco tiene una cabeza.
Como explica Maimónides, el Talmud no habla de forma literal, sino conceptual. «Estar sentados» es una expresión de pasividad, lo que implica una experiencia sin labor ni esfuerzo. Las «coronas» se refieren al conocimiento, o al entendimiento de la realidad que fue adquirido mientras vivían. Esa conciencia, en definitiva, es tu vida después de la muerte.
Para decirlo de otra manera, la vida es una oportunidad. Es una oportunidad de elegir y llegar a ser. Es una oportunidad de adquirir conciencia espiritual y en el proceso, desarrollar tu potencial.
La muerte, por otro lado, es una experiencia pasiva de la persona que escoges ser. Pero hay una diferencia: la experiencia posterior a la muerte está teñida de claridad. Ya no estás cegado por el ego, las justificaciones o las racionalizaciones; y tu perspectiva es más amplia, por encima de los límites del mundo físico tridimensional y limitado por el tiempo.
En otras palabras, puedes vislumbrar tu «yo» verdadero. Con suerte, te gustará lo que veas.
Esta idea es consistente con otra declaración talmúdica que parafraseamos en otra publicación (de Ética de los padres 4:22). «Un momento de crecimiento y de hacer lo correcto en este mundo es mejor que todo el mundo venidero. Pero un momento de placer espiritual en el mundo venidero es mejor que todos los placeres en este mundo».
Un momento de libertad (de libre albedrío y desarrollo personal), es mejor que una eternidad de placer espiritual. A esto se refiere la Torá cuando dice que el hombre fue «creado a imagen de Dios». La imagen de Dios no tiene nada que ver con tu apariencia física, Dios no tiene una apariencia física. Tiene todo que ver con la independencia. Dios es independiente y crea mundos. Tú también lo eres. Eres independiente para crear tu propio mundo.
En este sentido, en el mundo venidero ya no hay más oportunidades ni opciones. Pero también lo opuesto es cierto. Un momento de placer espiritual en el mundo venidero es mejor que todos los placeres de este mundo, que es lo que el Talmud define como «disfrutar del resplandor de la presencia de Dios», o una experiencia elevada que es imposible dentro de los confines de un mundo físico y limitado. La vida es una oportunidad increíble, pero eso no significa que sea algo sencillo. Los desafíos nunca parecen terminar y luego uno muere. Pero por lo menos una vez que estás muerto, el trabajo ha terminado, y, con suerte, allí es donde comienza la diversión. El Talmud nos dice que nada se logra sin esfuerzo, pero el esfuerzo vale la pena.
Uno de nuestros lectores preguntó:
«¿Qué ocurre si el ‘potencial’ no se desarrolla debido a una enfermedad? En mi caso se trata de algo genético, no algo que adquirí por tomar malas decisiones».
Y otro lector le respondió:
«¿Acaso es posible que tu ‘mejor versión en potencia’ sea diferente de lo que tú imaginas que es? ¿Quizás lo que debes alcanzar no es lo que en este momento defines como éxito? Por ejemplo, puede tratarse de la grandeza emocional, o de elevarse acercando a otros a Dios, o un entendimiento especial, etc».
Creo que dio en el clavo. Tu potencial no es una meta objetiva, como ganar una carrera o tener mucho dinero. Es algo subjetivo y relativo a tu propio «yo». Es la travesía espiritual en la cual te embarcas en este mundo físico, y en este sentido, todos realmente estamos en el mismo bote. ¿Quién no tiene desafíos y problemas aparentemente imposibles de superar? Nadie recibe un «paseo gratis». El punto es cómo enfrentas tus dificultades, tanto las grandes pruebas como las molestias más pequeñas, y cómo te construyes a ti mismo en el proceso.
Obviamente, hay mucho más para decir. El mundo venidero es un tema muy amplio, y gran parte está rodeado de misterio. Como señaló otro lector:
«Los conceptos judíos relativos a la muerte son numerosos y tienden a ser intencionalmente vagos por buenas razones. Obtenemos un marco básico, pero tenemos que dejarlo de lado y enfocarnos en nuestro trabajo, aquí y ahora».
¿No es ese el punto? No te quedes atrapado en lo que ocurre después de la muerte. Preocúpate por tomar buenas decisiones. Haz que tu vida sea increíble ahora. Tendrás mucho tiempo para preocuparte por el mundo venidero después de morir.
Versión original: Aish Latino escrito por Rav Tzvi Gluckin