La cabecera
Te sigues sentando en la cabecera de la mesa como lo haces desde hace 67 años, solo que ahora lo haces sin tu pareja que te dejó hace diez.
La gran mesa que antaño apenas albergaba a tus 5 hijos, ahora tiene ya tres extensiones para dar de comer tanto a hijos, nueras, yernos, nietos y bisnietos… ¡qué alegría!
Mientras antes no te sentabas un momento hasta haber supervisado que toda la comida estuviera lista, ahora te llevamos de la mano sosteniéndote para que tus cortos pasos lleguen hasta la mesa…
Y sigues en la cabecera, pero ahora esperas mientras todos se empiezan a servir, a que alguien te ofrezca servirte a tí…
Poquito dices, «no tengo hambre»…
Te servimos apenas media cucharada de cada guiso y abres los ojos sorprendida, diciendo: es mucho…
Las voces casi inteligibles para tí envueltas en los gritos, risas y lloros de tus bisnietos te acompañan, pero eres ajena a esa conversación….
Hablan de cosas como Instagram, Facebook y un nombre que no habías escuchado TikTok… te vuelves invisible…
Alguien menciona el nombre de la escuela a la que alguna vez fuiste y levantas inquisitiva la mirada de tu plato….
Emites una palabra inaudible, pues nadie la escucha, en cambio, alguna de tus hijas te dice: «no has comido nada mamá» y tomas la cuchara con tu mano temblorosa tratando de llevarla a la boca con un gran esfuerzo y como un gran acto de equilibrio…
Las voces cada vez más estruendosas de los niños, te sumen en tus propios pensamientos, mismos a los que somos ajenos…
Pero recuerdas más lo de tu infancia que lo que hiciste ayer…
— Mamá, ¿fuiste a Libeinu? — pregunté
Te quedas pensando en qué responder…
Con voz temblorosa dices un breve y callado «no»…
— ¡Sí fuiste! — Te digo.
— Trajiste tus flores y tu Jalá ¿te acuerdas?
— Ah sí….
La poca conversación se vuelve un monólogo en el que yo te digo algo y contestas con frases cortas como «sí», «no», «bueno», «no sé», «a ver»…
Y no puedo evitar que mis ojos se llenen de lágrimas recordando todo lo que hemos vivido…
No puedo evitar recordar cuando nos sentabas en la mesa de la cocina para aprender a hacer kipe, sambusek y muerras, greibes, etayef y mamule…
Cuando a los nueve años te pedí que me enseñes a tejer, sin saber entonces, que esta afición se volvería un vicio para mí…
Cuando me acercaba a ver cómo cosías a máquina, tal como lo hacía mi abuela, tu madre, y en mi interior pensaba: yo quiero aprender….
Nuestras peleas cuando me hice adolescente, jurando que no sería como tú (jajaja) y
darme cuenta tardíamente que tenemos mucho en común y que quisiera seguir aprendiendo de tí….
Que me decías cosas que yo creía mentiras absurdas y fueron verdades absolutas…
Que te enojabas cuando te contestaba «qué tiene de malo» y ahora entiendo el porqué…
Ahora, somos nosotros quienes te tomamos de la mano para caminar, para protegerte de una caída, somos quienes te ayudamos a ponerte un sweeter y cuidar que no tengas frío, nos preocupamos porque comas bien como lo hacías tú con nosotros al ser niños…
Oyes poco y hablas menos pero ves más que yo…
Te traigo un tejido para entretenerte y te esfuerzas tanto en una vuelta, que aplaudo cuando la terminas, como cuando aplaudías uno de nuestros logros…
Y hoy, cuando veo que la vida se te escapa, me suelto a llorar…
Mis súplicas a D-os es no verte sufrir, que en su momento, cuando Él quiera, te duermas en paz….
Escrito por Mati Cohen Metta
Comentario (1)
Muy cierto, bonito y nostálgico el escrito.
Los roles cambian, empezamos dependiendo de nuestros padres y con el tiempo ellos dependen de nosotros.
Los comentarios están cerrados.