Acerca del lugar social de la vejez
Simone de Beauvoir inicia su libro «La Vejez» con este relato:
Cuando Buda era todavía el príncipe Sidarta, encerrado por su padre en un magnífico palacio, se escapó varias veces para pasearse en coche por los alrededores. En su primera salida encontró a un hombre achacoso, desdentado, todo lleno de arrugas, canoso, encorvado, apoyado en un bastón, balbuceante y tembloroso. Ante su asombro, el cochero le explicó que se trataba de un viejo. «Qué desgracia, exclamó el príncipe, que los seres débiles e ignorantes, embriagados por el orgullo propio de la juventud, no vean la vejez. Volvamos rápido a casa. De qué sirven los juegos y las alegrías si soy la morada de la futura vejez».
Buda cuando todavía era el príncipe Sidarta había reconocido en ese anciano su propio destino.
El inicio del libro de Simone de Beauvoir también es el comienzo del problema. Comenzar a reconocer la vejez y detenerse ante los ancianos que tenemos cerca es también, comenzar a pensar en nuestra propia vejez .
¿O acaso la negación que la sociedad hace de la vejez no tiene que ver con lo que expresaba el relato del príncipe Sidarta?
Lugar, según el Diccionario de la Real Academia Española significa: espacio ocupado o que puede ser ocupado por un cuerpo.
A partir de esta definición, el lugar social sería el espacio ocupado o a ocuparse por un sector social, en este caso, la vejez. Así también, el lugar social de los discapacitados, de los niños, de los católicos, de los judíos, de los mahometanos. Pero la definición del diccionario dice ocupado o que puede ser ocupado. Esta posibilidad de distintos tiempos da una idea de movimiento, es decir que el lugar social puede ser ocupado pero también puede dejar de serlo. Entonces, ese papel social que la sociedad le atribuye a sus distintos estamentos no sería definitivo sino con posibilidades de movilidad.
Y ¿cuál es el lugar que la sociedad le asigna y le ha asignado a la vejez?
Para intentar responder a esta pregunta, haré un recorrido por algunos autores, pensadores, escritores o científicos que han tratado el tema en otros tiempos.
Los primeros antecedentes en el mundo pertenecen a escritos de Cicerón que vivió entre los años 106 y 43 a.c. Su obra: «Diálogos sobre la Vejez» es un diálogo imaginario que mantiene con sus amigos que le preguntan sobre el tema. Cicerón fue un pensador romano de la época y un gran orador que murió a los 64 años de edad y a los 60 se dedica a escribir sobre los temas que le habían preocupado a lo largo de su vida, entre ellos, el de la vejez.
Cicerón plantea que la persona que no tiene recursos para vivir tranquilo y feliz, juzgará incómodas a todas las edades, inclusive la vejez.
Si una persona no fue feliz, tampoco lo será en la vejez aunque sostiene que es posible llegar a una vejez plácida y feliz echando por tierra los argumentos a través de los cuales se decía que la vejez era miserable.
El autor dedica gran parte de su libro a rebatir cada uno de esos prejuicios que eran:
- Que la vejez aparta a las personas de los negocios.
- Que el cuerpo se pone frágil
- Que priva a las personas de todos los placeres
- Que no dista mucho de la muerte.
Entonces, el comportamiento prejuicioso de la sociedad no es de esta época. Antes de la era cristiana ya se estaba denunciando.
Simone de Beauvoir en su libro «La Vejez» (1.968) plantea que la vejez no constituye un hecho biológico sino también cultural. Y es justamente la cultura la que no da bienestar ni posibilidades de disfrutar de la vejez.
Dice «el viejo es para la sociedad un muerto a plazo fijo. . . Para los más jóvenes constituye una caricatura y la diversión consiste en ridiculizarlo y burlarse de él. Para los adultos, será una fuente de ingresos, estableciéndose relaciones tiránicas y de sometimiento. Los creen incapaces de valerse por si mismos y por lo tanto, se los trata como objeto inútil y molesto».
En otra parte se pregunta si los viejos son hombres porque de acuerdo a como los trata la sociedad, es posible dudarlo.
Para la sociedad, la vejez es un secreto vergonzoso del cual es indecente hablar.
La palabra «arrumbar» expresa muy bien lo que quiere decir. Nos cuentan que la jubilación es la época de la libertad y del ocio. Son mentiras desvergonzadas. La sociedad impone a la inmensa mayoría de los ancianos un nivel de vida tan miserable que la expresión «viejo y pobre» constituye un pleonasmo.
Adolfo Bioy Casares trata el tema en el año 1.969 en su novela «Diario de la Guerra del Cerdo» que describe una implacable lucha en la ciudad de Buenos Aires de los jóvenes contra los viejos.
Se llama la guerra al cerdo por la semejanza de este animal con la imagen que la sociedad tiene de los viejos. Se dice en la novela que «los viejos son egoístas, materialistas, voraces y roñosos; unos verdaderos chanchos».
El escritor capta de la realidad el tema para su novela, entendiendo el crecimiento que está teniendo para entonces la población anciana y la inutilidad que le atribuye a ellos la sociedad.
En otra parte del libro, se plantea que la gente mata por estupidez o por miedo y que en esta guerra, los jóvenes matan por odio contra el viejo que van a ser.
Paul Tournier en 1.971, en su libro «Aprendiendo a envejecer» critica la actitud indiferente de la sociedad que no asigna a la vejez el rol que merece y puede desempeñar. Parte de un significado de vejez como apertura a nuevas posibilidades, a partir de una reconversión de la actividad profesional o laboral de su juventud o adultez y lo asocia con la ocupación del tiempo libre de los mayores. Tiempo libre que debe comenzar a pensarse en la juventud, qué hacer con los pequeños ratos libres en la vida laboral activa hasta el tiempo libre total y definitivo de la vejez. Y habla de que la actividad elegida por los ancianos debe ser tomada como segunda actividad. La primera habrá sido la de su vida laboral activa, antes de jubilarse. La segunda actividad no será entonces, un mero entretenimiento como para matar el tiempo sino que permitirá cultivarse, desarrollarse, contribuir al progreso de la humanidad, dar un sentido a la vida. Ello implica la idea de responsabilidad, compromiso, inserción en la institución o lugar de trabajo. Tener proyectos, tener futuro.
Atribuye a la sociedad algunas enfermedades: la despersonalización, la aceleración del progreso en contraposición al desconocimiento técnico de algunos mayores. Dice que nuestra sociedad ha puesto los objetos por encima de las personas, nuestra civilización es una civilización de cosas y no de personas. Por eso, los jubilados o los mayores sin recursos son objeto de desprecio. Es que están desnudos de objetos y de cosas y no producen. La sociedad impone un juego racional: trabajo, deber, rutina, conducta razonable, todo lo necesario para el éxito profesional y social. Pero, tras esta fachada juiciosa se esconde algo irracional, a lo que él apela: fantasía, espontaneidad, amor, dicha, necesidades afectivas insatisfechas, comprensión.
Norberto Bobbio, filósofo italiano contemporáneo, en «De Senectute», habla del ritmo de vida y la velocidad de los cambios en la actualidad que se contraponen con una de las principales características de la vejez cual es la despaciosidad de los movimientos del cuerpo y de la mente. Plantea la vejez como un problema social en tanto la sociedad los margina. La vejez es un problema social no solo porque haya aumentado el número de personas ancianas sino también porque ha crecido el número de años que viven esas personas. Más ancianos y más años de duración de la vejez. Multiplicando un número por el otro se llega a la cifra que delata la gravedad del problema.
Y habla de la edad de los balances que algunas veces vienen acompañados de melancolía. Según Bobbio, se llega a un punto de la vida en el que algunos interrogantes aún no han encontrado respuesta y dice «Tras haber intentado dar un sentido a tu vida, adviertes que no tiene sentido plantearte el problema del sentido y que la vida debe ser vivida como se presenta».
Si bien el mundo del futuro está abierto, el anciano se refugia cada vez más en el mundo del pasado. En otra parte dice «la sabiduría del viejo consiste en aceptar resignadamente sus límites. Pero para aceptarlos es preciso conocerlos. Para conocerlos es preciso explicárselos». Dice Bobbio, que cuando escribió el libro tenía 94 años, «que conoce bien sus límites pero no los acepta. Los admite porque no le queda más remedio».
Ernesto Sábato en una de sus últimas obras «Antes del Fin» hace reflexiones sobre la vida, la muerte, la existencia humana y la etapa de la vida que está transitando.
Afirma que escribe para los jóvenes y para los que como él, se acercan a la muerte y «se preguntan porqué y para qué han vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o, simplemente, esterillado una silla». Dice hacer este libro «sin premeditación ya que le sale del alma y no de la cabeza, dictado por las preocupaciones y tristezas de estos años finales». Para hablar de la sabiduría, recuerda que en las comunidades arcaicas, mientras el padre salía en busca del sustento y las mujeres se dedicaban a la alfarería o al cuidado de los cultivos, los niños, sentados en las rodillas de sus abuelos, eran educados en su sabiduría, no en el sentido que le daba la civilización cientificista sino aquella que nos ayuda a vivir y a morir. Cuando habla de la memoria relata un episodio de su infancia. Dice que antes de irse a dormir, existía la costumbre de pedir que lo despertaran diciendo «Recuérdenme a las seis». Siempre se preguntaba que relación había entre la memoria y la continuación de la existencia. El considera que la memoria no es importante cuando se trata de recordar simples acontecimientos o almacenar información como si fuéramos una computadora. Valora la memoria como necesaria para transmitir las primigenias verdades.
En este sentido, Sábato resta importancia a la memoria que se pierde con los años y rescata o valora la memoria que conservan los ancianos y que es justamente la que les permite trasmitir su sabiduría.
Leopoldo Salvarezza, desarrolla el tema de los prejuicios que los define como una construcción social que circula en la sociedad y que determina una manera de pensar y de actuar, no siempre racional. A la discriminación hacia los ancianos la llama «viejismo» . Otros autores le llaman «edaísmo» o «gerontofobia». Todos conceptos referidos al rechazo que la sociedad tiene hacia los ancianos.
Y ¿cuáles son estos prejuicios hoy?
Nuestra cultura atribuye el amor, el deseo y la pasión a los jóvenes y se los niega a los viejos. No se reconoce la sexualidad en la vejez.
En lo laboral, el prejuicio es que un joven vale más que un anciano y que éste es improductivo.
También circulan prejuicios respecto a la capacidad de aprender. Se dice que los ancianos se quedan atrás y es cierto, son más lentos. Pero una lentificación no es una incapacidad. Y otros.
María Julieta Oddone, escribió un artículo sobre «La vejez en la educación básica argentina», donde a partir del análisis de los textos escolares estudia el papel de los ancianos en la sociedad argentina a través de los tiempos.
Hacia fines de 1.800 y principios de 1.900, los valores imperantes eran la dedicación al trabajo y el ahorro. No existía la jubilación. Dentro de la familia, el anciano era respetado ejerciendo dos roles principales: consejero y patriarca.
En los años 30, el trabajo aparece como garantía de ascenso social. Dentro de la familia exten sa donde convivían varias generaciones, la figura del anciano sigue siendo respetada. Se lo informa y consulta sobre el quehacer familiar. Corporalmente pasivo e ideológicamente activo ya que los hijos son los trabajadores físicos.
Ya en la década del 40 al 50, aparece la imagen del anciano obrero y jubilado y se muestran por primera vez en los textos escolares, ilustraciones de ancianos institucionalizados.
Se los llama anciano o abuelo y el término viejo es considerado peyorativo.
En la emblemática década del 60, se hacen los primeros transplantes cardíacos, por primera vez el Papa visita Latinoamérica, hay revueltas estudiantiles en París, Praga y México y en nuestro país el Cordobazo. El 54 % de la población mundial era menor de 25 años. Es la época del hipismo, de Los Beatles y crece la valoración de la juventud.
El modelo de familia nuclear margina a sus mayores a la vez que los cambios a nivel tecnológico ocasionan la pérdida del rol social aumentando el proceso de marginación.
En los noventa se produce un nuevo cambio en cuanto hay un regreso de la figura del abuelo a la familia no por una cuestión de valores sino de conveniencia ya que viene a colaborar en el cuidado de los más chicos para que sus padres puedan ir a trabajar sin pagar guardería o empleadas que los cuiden y en algunos casos retornan a la convivencia como manera de sumar ingresos, abaratar costos y colaborar mutuamente en el cuidado de unos u otros.
Los puntos de enlace de los autores presentados dan cuenta de que:
En todas las épocas han existido prejuicios sobre la vejez.
El rechazo sobre el tema oculta el miedo a la propia vejez.
Los cambios sociales y avances tecnológicos aumentan el riesgo de marginación.
Aún todo lo escrito y pensado, quedan muchos interrogantes sin respuesta.
Para finalizar, evocaré otro autor que no habla específicamente de vejez. Tomás Moro.
Cuando Tomás Moro en 1.516 escribía Utopía, estaba haciendo una fuerte crítica social al sistema imperante ya que había observado que Inglaterra se convertía en un país de mercaderes y de empresas privadas. Utopía era una isla imaginaria, desconocida y lejana que proponía una mejor forma de organización de la república. No era en absoluto una propuesta romántica o idealista. Tampoco proponía soluciones definitivas para los problemas de la sociedad de entonces. «Moro era demasiado inteligente para intentar lo imposible», decía Donner.
Desde entonces, la palabra utopía, que significa «no lugar» o lugar que no existe, cobra sentido en tanto sirve para imaginar, soñar, pensar en otras formas, en contraposición a la realidad.
Dice Ernesto Sábato «Solo quienes sean capaces de encarnar la utopía, serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido».
Y . . . ¿Es posible pensar en otro lugar social para la vejez, en una utopía?
Dice Simone de Beauvoir «Para que la vejez no sea una parodia ridícula de nuestra existencia anterior no hay más que una solución y es seguir persiguiendo fines que den un sentido a nuestra vida: dedicación a individuos, colectividades, causas, trabajo social o político, intelectual, creador. Contrariamente a lo que aconsejan los moralistas (resignarse a los males que la ciencia y la técnica no pueden suprimir), lo deseable es conservar a una edad avanzada pasiones lo bastante fuertes como para que nos eviten volvernos sobre nosotros mismos. La vida conserva valor mientras se acuerda valor a la de los otros a través del amor, la amistad, la indignación, la compasión. Entonces, sigue habiendo razones de obrar o de hablar».
Bibliografia
Beauvoir, Simone, «La Vejez», ED. SUDAMERICANA.
Cicerón, «Diálogos de la Vejez» E.S.A.
Bioy Casares, Adolfo, «Diario de la Guerra del Cerdo» EMECÉ
Tournier, Paul. «Aprendiendo a envejecer» ED. LA AURORA
Bobbio, Norberto «De Senectute», ED. TAURUS
Sábato, Ernesto, «Antes del Fin» ED. PLANETA
Salvarezza, Leopoldo, «Una mirada Gerontológica actual» ED. PAIDÓS
Moro, Tomás, «Utopía» LONGSELLER
Resumen
El artículo propone hacer un recorrido por el pensamiento de algunos escritores, estudiosos y científicos, muchos de los cuales, transitan por esta etapa de la vida.
Reflexionan sobre el tema desde su saber y su experiencia vital y aportan interesantes elementos de análisis.
A partir de esta recopilación, se pretende discurrir acerca del lugar que la sociedad asigna y ha asignado a la vejez.
Versión original: Psico Mundo, «Tiempo» el portal de la psicogerontología escrito por María Pura Cordonier