Cómo dejar atrás el pasado para seguir adelante
Una herramienta práctica para ayudarte a tomar decisiones difíciles.
Tres veces tomé la desgarradora decisión de vender una casa que no quería dejar. La primera casa que compramos con mi marido era una granja transformada, con un acre de jardines y un jacuzzi japonés con vista a un arroyo. Le dije a mi esposo: «Cuando yo muera, solicita un permiso especial y entiérrame aquí. No dejaré esta casa, viva o muerta».
En ese momento, el judaísmo no era un factor en nuestra toma de decisiones, pero unos años más tarde, cuando comenzamos a observar la Torá, se volvió un problema. Por mucho que amáramos nuestra casa, entendimos que queríamos ser parte de una comunidad judía.
Algunos años más tarde, adoptamos a una niña de Kazakstán. En ese entonces, sólo había en nuestra comunidad otras dos niñas de su edad y todas sus compañeras de clase vivían en la gran comunidad judía vecina. Nos rompía el corazón ver su soledad en Shabat, pero lo más preocupante era que ella no estaba aprendiendo las habilidades sociales que precisaba.
Me recordé a mí misma que no habíamos adoptado una hija para que ella satisficiera nuestras necesidades, sino para que nosotros respondiéramos a las de ella, y comprendimos que esa casa no funcionaba para nosotros como familia. A pesar de no tener garantías, teníamos que movernos hacia donde nos llevaba la vida. Resultó que la mudanza fue un éxito más allá de lo que hubiera podido imaginar, y tuvimos más de una década de lo que yo denomino «los años dorados».
Pero entonces nuestra pequeña niña creció, partió de casa, y nos quedamos con el nido vacío. La casa de tres pisos, que ya era demasiado grande cuando la compramos, ahora parecía una gigante caverna sin fondo. Los impuestos y la limpieza eran una carga, sin mencionar los largos y fríos inviernos. Esta casa ya no funcionaba para nosotros como pareja. A pesar de lo difícil que fue partir, quedarnos allí no era la decisión correcta. Entonces decidimos reducirnos a nuestra casa actual: un departamento de dos dormitorios en un condominio.
Para aliviar el dolor de la partida, creé un ritual llamado «gracias y adiós». Cada vez que nos mudábamos, a medida que nuestro hogar se iba vaciando y desaparecían nuestras huellas, yo hacía un último recorrido por la casa. Habitación por habitación, me tomaba algunos minutos para disfrutar de mis mejores recuerdos y luego decía en voz alta en el espacio vacío: «Gracias y adiós».
Aplicarlo a otras decisiones difíciles
Este ritual puede aplicarse también a otras decisiones difíciles. Por ejemplo, una de mis clientas tenía dificultades para salir de un mal matrimonio. Ella quería la libertad, pero seguía apegada a un sueño que no podía convertir en realidad. Con un pie en el acelerador y otro en el freno, ella estaba emocionalmente exhausta y agobiada.
Entonces decidí poner a prueba una versión de mi «ritual para dejar una casa», para ver si eso la ayudaba a obtener claridad y a liberarse de la fatiga de su decisión.
Primero, ella identificó una letanía de cosas que no funcionaban, como la falta de intimidad, los secretos, el abuso verbal y el apego de su esposo a sus novias del pasado. A medida que se detenía en cada doloroso entendimiento respecto a su matrimonio, ella decía en voz alta: «Me despido de esto».
Luego, ella identificó las cosas positivas que extrañaría, tales como sus amigos en común, una casa que le gustaba, la seguridad económica y el hecho de no estar sola. Y también le dijo «adiós» a cada una de esas cosas. Finalmente, ella le dijo adiós al sueño que ya no sería: envejecer juntos.
A continuación, descubrimos las valiosas lecciones que aprendió sobre sí misma («puedo valerme por mí misma»), y cómo usaría eso en su próxima relación (no vivir enterrando la cabeza en la arena, una mala señal es una mala señal). Al dejar ir el pasado (lo bueno y lo malo), comprendió cómo podía avanzar hacia un nuevo futuro lleno de posibilidades para vivir y amar de forma plena.
Seguir adelante
En algún punto de nuestras vidas, nos quedamos estancados en el carrusel de la indecisión, atrapados por la «parálisis del análisis». Ya sea que se trate de una relación sin amor, un trabajo sin futuro, comportamientos de autosabotaje o una circunstancia de vida que ya no funciona, más que nada tememos a la incertidumbre, y seguimos viviendo en la rutina agotadora del purgatorio que drena toda la alegría y la vitalidad de nuestra vida.
A veces, demonizamos a una persona, un lugar o una situación para que partir sea menos doloroso. Temiendo la ambivalencia, la confusión o que se debilite nuestra decisión, nos da miedo admitir que hubo algo positivo. En cambio, acudimos al pensamiento «blanco o negro» o adoptamos una política de arrasar el territorio para asegurarnos que nunca podremos retroceder. Pero esa es una mala estrategia adaptativa que no nos permite seguir adelante con un corazón libre.
Al comenzar un nuevo año, muchos hacemos un balance de nuestras vidas. Esperamos que los cambios con los que soñamos de alguna manera tengan lugar en el nuevo año. Pero el cambio no es un asunto de fuerza de voluntad, un abono a un gimnasio, una lista de tips de vida o un nuevo planificador diario. El cambio es menos al azar y más por elección, y requiere hacer las paces con la incertidumbre y los conflictos internos. Sé amable contigo mismo/a, porque todo cambio, incluso el cambio que deseas, es agridulce.
Ya sea que estés contemplando un cambio audaz o tan sólo dar unos pequeños pasos en la dirección correcta, debes saber que el camino te hará más sabio y completo. Piensa en lo que aprendiste el año pasado para llevarlo contigo. Luego piensa en lo que tienes que dejar de lado para poder seguir adelante.
Y recuerda: cuando dices «gracias y adiós», posiblemente del otro lado te espera un hermoso «hola».
Versión original: Aish Latino escrito por Hanna Perlberger