El problema de culpar a otros
Nos sentimos bien al culpar a otros por los problemas que enfrentamos, pero esto tiene grandes costos ocultos.
En casa tenemos una regla: si te piden limpiar un área en la que hay algo fuera de su lugar, tienes la responsabilidad de llevarlo a su lugar sin importar quién lo dejó ahí o a la habitación de quién corresponde.
Cuando introdujimos esta regla, no fue bien aceptada.
“No es justo”
“Esto no es mío”
“¡Yo no lo dejé ahí!”
La presión creció y estuvimos dispuestos a considerar un cambio de reglamento: de ahora en adelante, cada uno será responsable de ordenar su propio desorden. Justo, directo y simple ¿Verdad?
Error. Esto empeoró todo, porque el momento de ordenar la casa se transformó en interminables discusiones respecto a quién tenía la “culpa”. Resulta que no es tan simple determinar quién hizo cuál desorden. ¿Qué pasa si dos niños jugaron juntos? ¿Y si el niño 1 sacó el juguete, pero fue idea del niño 2? ¿Y si el niño 3 se unió más tarde pero luego dejó de jugar cuando llegó su amigo? ¿Y si el amigo del niño 1 sacó un juego con el que jugó el niño 2, pero luego el niño 3 con su amigo lo llevaron de la sala de juegos a la sala donde el niño 1 ya había ordenado?
Establecer la “culpa” puede ser sumamente complicado.
Sin embargo, eso es lo que hacemos todo el tiempo. En mi práctica, constantemente se habla sobre la culpa. Algunas personas culpan a sus padres, otros a su pareja; algunos a sus circunstancias de vida y muchos se culpan a sí mismos.
Queremos saber en dónde poner la culpa. Nos sentimos bien al saber que el sufrimiento tiene una causa específica y, en cierta medida, nos da una ilusión de control dentro del caos de la realidad. A veces disfrutamos al poner la culpa en otros: es culpa de ellos que seamos así y nos sentimos liberados de cualquier responsabilidad. Otras veces es más reconfortante culparnos a nosotros mismos. Tener nosotros la culpa nos da una sensación de control: somos capaces de prevenir que eso vuelva a ocurrir, si tan sólo nos castigamos lo suficiente.
El problema con esto es que a menudo el enfoque en la culpa puede obstaculizar o retrasar el logro de nuestras metas, tanto si nos culpamos a nosotros como a otros. En el momento nos sentimos tan bien con esa justa indignación que es difícil darnos cuenta que no nos sirve demasiado.
Porque la idea de que existe una sola “culpa” ignora la complejidad de la realidad. Prácticamente en todas las situaciones hay múltiples factores en juego. Cuando nos limitamos a encontrar culpa y culpar, nos cegamos a todas las razones y causas excepto aquella que escogemos, perdiendo la visión más amplia de la realidad y alejándonos de ella con un entendimiento equivocado del mundo.
La culpa perpetúa el enojo, el juicio y el resentimiento en vez de promover responsabilidad, comprensión y cambio.
La culpa también nos orienta hacia quién lo hizo en vez de cuál es la situación. Esto perpetúa el enojo, el juicio y el resentimiento en vez de promover responsabilidad, compresión y cambio. Es más probable que sólo esperemos que otro cambie en vez de actuar nosotros mismos. Mantener el foco en la culpa también nos mantiene enfocados en el pasado en vez del presente y el futuro, lo cual no es una buena forma de resolver problemas. A veces también podemos caer víctimas de la necesidad de culpar a otros porque sentimos que la alternativa es que culparnos a nosotros mismos y sentirnos culpables. Esto a menudo se relaciona con la inútil creencia de que alguien tiene que aceptar la culpa, ¡y preferimos no hacerlo nosotros!
Entonces, ¿cuál es la alternativa a culpar? Quizás es reconocer la situación, entender cómo llegó a ocurrir y tomar acción. Las personas que se sienten estancadas en diversas áreas de sus vidas, a menudo fueron heridas de forma significativa en un momento previo. Nuestra tendencia automática es dirigir la atención hacia lo malo que ocurrió en el pasado y en el presente y asignar culpa, ya sea a nosotros o a otros. Hace falta esfuerzo y entrenamiento para dirigir en cambio nuestra atención a entender cómo las cosas llegaron a ser así, y hacerlo de una forma que nos ayude a definir qué es lo que queremos y qué queremos hacer para llegar allí.
Como en la vida, también en nuestra casa. No nos ayudará mucho enojarnos por el desorden y demandar que lo ordene el que lo hizo. Para tener más posibilidades de prevenir en el futuro desórdenes similares, es más útil examinar de qué forma llegó a ocurrir ese desorden. Si al final del día queremos que la casa esté ordenada, la forma más efectiva de lograrlo es agacharse, recoger uno por uno los juguetes y volver a ponerlos en su lugar.
Versión original: Aish Latino escrito por Dr. Tzaji Fried