El temor al miedo
El miedo es una de las emociones más poderosas de la experiencia humana y se presenta en algunos de los momentos más críticos de nuestras vidas. Ya sea que alguien esté a punto de tomar una decisión muy importante, esperando noticias sobre un ser querido o embarcándose en un nuevo camino profesional, ese conocido sentimiento, a menudo paralizante, corre por las venas y se apodera de la mente, imposibilitando casi por completo la claridad mental. La Torá, que habla «en el lenguaje de la humanidad» (Tratado Nedarim 3a), reconoce y se refiere a este fenómeno.
Al prepararse para la guerra, un sacerdote cuidadosamente seleccionado se acercaba a los soldados y les exhortaba: «Escucha, Israel, hoy se aproximan a la batalla contra sus enemigos. Que no desfallezca tu corazón, no tengan miedo, no entren en pánico ni se aterroricen ante ellos» (Deuteronomio 20:3).
Los hijos de Israel no debían temer porque Dios estaba entre ellos. Sin embargo, el sacerdote que era responsable de calmar sus temores y construir el coraje de la nación, a continuación anunciaba algo sorprendente, exceptuando a tres categorías de personas de la obligación militar: a quien estaba comprometido con una mujer, pero todavía no se había casado; a quien había construido una casa, pero todavía no había vivido en ella; y a quien había construido un viñedo, pero todavía no había bebido de su vino (20:5-9). Aunque ellos debían contribuir al esfuerzo de la guerra proveyendo alimento y bebida (Rambam, Mishná Torá, Leyes de la guerra 7:9), estas personas no tenían permitido servir en el frente. ¿Qué tenían estos tres grupos para que se los exceptuara de la batalla?
Como señala Abraham Ibn Ezra, la Torá nos enseña una profunda lección sobre la naturaleza al enfrentar el miedo, algo que se aplica a nuestras vidas rutinarias tanto como a los soldados en el campo de batalla. Las guerras se luchan en nuestras mentes y corazones tanto como en el campo de batalla. La Torá nos muestra el rol crítico que puede tener nuestra psiquis emocional sobre nuestro desarrollo en el campo de batalla y toda la diferencia es si nuestro corazón está o no dedicado de pleno a la batalla.
Dos soldados pueden estar uno al lado del otro enfrentando a su enemigo, ambos experimentan los mismos sentimientos primordiales de terror físico y psicológico que acompañan al peligro mortal. El primero está absolutamente comprometido con la misión; él sabe que lo que hará en ese momento tiene importancia cardinal para su pueblo y logra confrontar directamente al miedo. A pesar de su inquietud, sabe que no hay otro lugar donde debería estar en ese momento, y precisamente esa devoción mental es lo que el da el valor para luchar. El segundo soldado, parado exactamente en la misma posición, siente el mismo miedo. Al igual que su compañero, en un nivel cognitivo, él tiene consciencia de que su tarea militar es importante. Pero su corazón está en otra parte. Quizás está pensando sobre su prometida, o en la bella casa que acaba de construir, o en el éxito económico que va a poder tener con su nuevo viñedo. Alguien que está preocupado por otra cosa es incapaz de confrontar directamente su miedo, es como si realmente no estuviera allí. Esta persona constantemente busca consuelo a través de sus pensamientos de su nueva vida al regresar a casa. Una y otra vez intenta escaparse mentalmente del peligro que enfrenta dejando vagar su mente, en vez de enfocarse en lo que tiene ante sus ojos. Un soldado cuya mente no está presente es un detrimento no sólo para sí mismo sino para todos los que lo rodean.
También en nuestras propias vidas, a menudo tratamos de enfrentar nuestros desafíos (especialmente aquellos que nos hacen temblar de miedo) evitándolos, conscientemente o no, y escapando a nuestras realidades construidas, ya sea en Internet o de otro modo. Si bien esto puede permitirnos evitar la confrontación a corto plazo, a largo plazo se vuelve una condena. Ningún soldado puede derrotar al enemigo a través de la retirada y, de la misma manera, ningún desafío puede resolverse evitándolo. Para superar los obstáculos que enfrentamos en la vida, debemos ser suficientemente valientes como para enfrentarlos directamente, con una determinación clara como el agua.
Mark Twain dijo: «El coraje es la resistencia al miedo, el dominio del miedo, no la ausencia de miedo» (El bobo Wilson). En las secciones que describen los preparativos para la guerra, la Torá nos enseña que el escapismo es más peligroso que cualquier enemigo mortal. Nuestras distracciones nos vuelven incapaces de disipar los miedos que amenazan con nublar nuestras vidas. En las palabras de Franklin D. Roosevelt: «Lo único que tenemos que temer es el miedo mismo». Debemos enfrentar nuestros desafíos y batallas con todo el corazón, seguros en el entendimiento de que esa es la única manera de crecer. Sólo entonces, como nos recordaba el sacerdote ungido para la guerra, la presencia de Dios entrará en nuestra vida y se nos unirá en la batalla.
Versión original: Aish Latino escrito por Rav Benji Levy