Envejeciendo
Nos vemos en el espejo y la evidencia nos mira de vuelta con atrevimiento. Estamos envejeciendo.
En el año 2006, Nora Perón publicó una colección de ensayos titulada «I Feel Bad About My Neck: And Other Toughts on Being a Woman» (Me Siento Mal por las Arrugas en Mi Cuello: Y Otros Pensamientos Sobre Ser Mujer). Las mujeres de cierta edad acudieron en masa a comprarlo. Y si bien los ensayos estaban bien escritos y eran cautivadores, el verdadero atractivo estaba en el título. ¡Toda mujer en la mitad de su vida se siente mal por su cuello! Toda mujer en la mitad de su vida está alarmada por todos los signos de envejecimiento que ve. Cualquier otra cosa la disimulamos, pero los cuellos no mienten. Nos vemos en el espejo y la evidencia nos mira de vuelta con atrevimiento. Estamos envejeciendo.
Y la presión social es inmensa, nos han hecho creer que envejecer es de alguna forma una ofensiva, inquietante y desagradable fase de la vida que deberíamos evitar a toda costa. Bromeamos (de una forma no tan graciosa) y decimos que envejecer es «mejor que la otra alternativa». Pero esa es una declaración que hacemos de mala gana.
La vejez es una etapa increíble
¿No es acaso más que eso, mucho más que eso? En entrevistas con ancianos realizadas por Kart Pillemer, un profesor de desarrollo humano en la Universidad de Ecología Humana en Cornell, hombres y mujeres de entre 80 y 90 años reflexionaron sobre el envejecimiento (como es citado por Jane Brody, NY Times, 10/01/12, Advice From Life’s Graying Edge on Finishing With No Regrets). A pesar de sus enfermedades y dolencias, a pesar de la pérdida de seres queridos y sus desafíos físicos, la mayoría consideró que la vejez «superó sus expectativas enormemente».
Un hombre de 80 años aconsejó, «Abrázala. No luches contra ella. Envejecer es tanto una actitud como un proceso». Una mujer de 92 años dijo que «Creo que soy más feliz ahora que en toda mi vida. Cosas que eran tan importantes para mí ya no son importantes, o por lo menos no tan importantes». Y otra persona más nos recordó que «Cada década, cada edad, tiene oportunidades que no existían en una época anterior».
Creo que nuestra actitud hacia el envejecimiento refleja nuestra actitud hacia la vida en general; frecuentemente estamos ansiosamente esperando o esperando con pavor la siguiente fase de la vida. Si solamente abrazáramos cada oportunidad e intentáramos vivir en el momento, estaríamos mucho menos atormentados, mucho más en paz. (Mi esposo se ríe mientras escribo esto ya que él piensa que este es uno de esos consejos de «haz lo que digo y no lo que hago»).
Apliquemos las enseñanzas que damos
Pero creo que es la actitud adecuada. Es irónico que pasemos tanto tiempo intentando enseñarle a nuestras hijas a restarle importancia a lo físico, en recordarles que es el alma y no el cuerpo lo que cuenta, en enfocarlas en su desarrollo y crecimiento interno, sin embargo nosotras mismas parecemos olvidar esa lección cuando vemos la primera cana. (¿Puedo quejarme por un momento? ¡Cuán injusto es que una mujer como yo que se cubre su pelo no tenga ni una sola cana, sino una cara llena de arrugas! Pero temo que me estoy desviando del tema…)
Si es cierto que nuestro verdadero yo es nuestro yo interno, que nuestro verdadero valor es nuestro carácter y nuestras acciones y nuestra relación con Dios, ¿cuánto más verdad debería ser esto a los 50 o 60 cuando tenemos algo de sabiduría que demostrar? De seguro no queremos reducir una vida pasada llena de significado, de entrega y de crecimiento ante la presencia de patas de gallo y sueños de Botox. ¿No es tiempo de actuar como predicamos?
En el mundo judío, mientras más mayores somos, más respeto se nos otorga. Nuestra sabiduría y experiencia significan algo. Puede que no sea lo que Hollywood busca en guionistas o actores pero, ¿desde cuando le permitimos a Hollywood determinar nuestro valor o valores? Y además, ¿no es la verdadera belleza (incluso el aspecto físico) solamente un reflejo de cómo nos sentimos internamente? ¿Acaso no es nuestro sentido de placer con nuestras vidas, nuestra convicción de que estamos enfocados en lo que realmente importa, nuestra confianza en Dios, lo que irradiamos hacia el exterior? ¿No muestran nuestras caras una vida bien vivida, una vida de significado y propósito?
Hay un precio para el envejecimiento ¿bueno?
No creo que podamos vivir una existencia productiva y esforzarnos por otros sin que se generen unas cuantas arrugas en el camino (además, ¡me gusta poder señalarle a cada niño la evidencia de su adolescencia!). No creo que podamos vivir una vida de entrega y bondad y verdadera empatía con otros sin que nos salgan unas cuantas canas (¡sin mencionar aquellas que agregas cuando intentas casar a tus hijos!). Pero lo más importante, no creo que queramos hacerlo realmente.
Todos sentimos la presión de un mundo que celebra la juventud. Pero cuando miro hacia atrás, también veo los errores particulares, la tontería y la arrogancia que son únicas de la juventud – y estoy agradecida de no estar más ahí.
Hay un precio para el envejecimiento. No nos vemos de la misma forma como solíamos hacerlo, sin importar cuán a menudo hagamos ejercicio o cuántas costosas cremas para la piel compremos. Pero eso en realidad está bien. No debemos esperarlo. Hemos estado peleando una batalla en contra de nuestras inclinaciones básicas y nuestro yo más bajo durante ya muchos años, hemos estado luchando contra la inercia y nuestras emociones negativas e inclinaciones de ser las personas que queremos ser. Puede que no hayamos vencido completamente, pero hemos ganado muchas de las batallas. Y tenemos las heridas y cicatrices para demostrarlo. En realidad no nos gustaría que fuese de otra forma. Aunque sí pienso que los espejos en los baños de los aviones deberían ser evitados a toda costa…
Versión original: Aish Latino escrito por Emuna Braverman
Comentario (1)
Es
Exelente artículo, amplio y bien documentado.
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