Formarse después de los 55: nunca es tarde para aprender
Los programas de educación para mayores ayudan a obtener nuevas competencias y presentan numerosos beneficios emocionales, materiales y psicológicos
José María Gálvez no es un estudiante universitario cualquiera. Después de toda una vida como ingeniero superior de minas, decidió seguir los pasos de tantos otros en su familia materna y se matriculó en la carrera de Derecho. Hoy, con 85 años, sigue haciendo algún que otro proyecto y cursa segundo de Derecho en la Universidad de Alicante, y aunque tiene claro que no ejercerá nunca, está decidido a terminarla: “Lo prefiero a jubilarme y ponerme a jugar a las cartas con otros tres, porque entonces es cuando me muero enseguida. Yo sigo bañándome en el mar en invierno, y todavía practico el alpinismo”, afirma en conversación telefónica. En una de las sociedades más envejecidas del mundo, José María es un ejemplo entre muchos de ese talento y conocimiento vital que se resiste a aceptar la jubilación como un retiro permanente.
“Ahora se es joven con 50 o con 60, e incluso con 80 te ves con fuerzas para hacer cosas”, afirma Marcos Roca, director de la Universidad para Mayores de la Universidad Complutense de Madrid. El programa que coordina surgió de una iniciativa conjunta con la Comunidad de Madrid en 1999 para que un centenar de personas que no habían estudiado nunca (o que se habían quedado en Primaria) pudieran acceder a la Universidad. Y aunque el apoyo institucional ya desapareció, la institución madrileña continuó apostando por este modelo hasta conseguir superar los 2.500 estudiantes en el curso 2019-2020, y construir no solo un modelo educativo integral, sino todo un entramado de actividades culturales y sociales intergeneracionales e interculturales del que todos se sienten más que orgullosos.
No es, desde luego, el único caso. Como la Complutense, la mayoría de las universidades han desarrollado algún tipo de programa académico dirigido a la población mayor de 55 años, además del tradicional acceso para mayores de 25 años. En la mayoría de los casos, se trata de una formación no reglada pero de importancia creciente que apela a sus necesidades e intereses, contribuyendo a rescatar toda una experiencia vital e incluso revertirla a la sociedad. Pero la formación de adultos tampoco se limita, lógicamente, al ámbito universitario: “Hace muchísimo tiempo tenía que ver con la alfabetización, y se dirigía a gente que había abandonado el sistema educativo. Pero ahora gira en torno a los principios de educación permanente e inclusiva, para todos y todas, con una educación que te aporta competencias profesionales, sociales, etcétera”, explica Andrés Payá, doctor en Pedagogía y profesor titular en la Universidad de Valencia.
¿Es demasiado tarde para estudiar?
“¡Dónde voy yo con mi edad a la universidad!”. “A mí ya se me pasó el tiempo para estudiar”. “¡Ya me hubiera gustado a mí estudiar Historia…!” A pesar de los tópicos y de las barreras autoimpuestas, los expertos lo tienen claro: siempre hay tiempo. “Es cierto que las capacidades cognitivas y físicas disminuyen con el paso del tiempo, pero es directamente proporcional al desarrollo de otras habilidades propias de las edades maduras. Al final todo es una cuestión de motivación y de decisiones personales, porque si la motivación es poderosa se puede hacer lo que se desee”, sostiene Mayte Moreno, psicóloga y directora de Mentalis-Psicología. “Otra de las competencias que se desarrollan de mayor es la capacidad de entretejer el conocimiento. Los jóvenes que estudian matemáticas en la ESO, normalmente no van más allá de las fórmulas de turno, mientras que un adulto estudia quizá más lentamente, pero de manera integral, comprendiendo mejor lo que estudia”.
Se trata, en cualquier caso, de un segmento de la población muy heterogéneo y con intereses muy diversos. Algunos pueden buscar, pasados los 50, una formación que les ayude a actualizarse y mejore sus perspectivas de empleabilidad. Otros, por necesidad o interés, pueden buscar la obtención de un título de la ESO o de Bachillerato que no pudieron obtener en su día, a través de las escuelas de Educación para Adultos (EPA). O aquellos que, una vez alcanzada la jubilación, deciden volver a la universidad para seguir creciendo a través de una formación de calidad. “Siempre y cuando uno sea consciente de su situación real y de las adaptaciones que requiere, estudiar en edad madura puede proporcionar una gran satisfacción interna, activación mental, felicidad o seguridad en uno mismo”, añade Moreno.
De una u otra manera, “la educación para adultos es una acción educativa diseñada específicamente, porque los adultos ni pensamos igual, ni tenemos los mismos razonamientos ni motivaciones”, recuerda Payá. Y, en algunos casos, juegan un papel fundamental en la cohesión e inclusión social: “La sociedad ha ido avanzando pero ellos no han tenido la oportunidad de actualizarse, y por lo tanto no pueden ser ciudadanos al mismo nivel que tú y que yo. Estamos hablando del aprendizaje de idiomas y de otra serie de competencias como, por ejemplo, las digitales, que son la puerta de entrada a otros derechos como el derecho a la salud (simplemente para pedir una cita médica o hacer búsquedas por Internet) o al trabajo”.
Cuando Josefina Aránguez se jubiló, después de 42 años dedicados a la enseñanza de Lengua y Literatura en la comunidad de Madrid, decidió que era hora de ocuparse de su gran asignatura pendiente: el inglés. Lleva cuatro años metida en faena (ahora tiene 69), y tiene claro que, como mínimo, ha de sacarse el First. “Yo leo mucho, escribo relatos… No quería abandonar esa parte intelectual”, cuenta por teléfono.
Cada universidad, un modelo
El perfil de estudiante universitario mayor de 55 años se podría ajustar a estas características: mujer, de edad comprendida entre los 60 y 69 años (jubilada o prejubilada) y con formación previa. Aquellos que se jubilan hoy en poco o nada se parecen a los que lo hacían hace 20 o 30 años, y cada vez hay una demanda mayor por contenidos formativos de alta calidad. Sin embargo, al tratarse de una formación no reglada cada universidad ha desarrollado un modelo diferente, ya sea incluyendo itinerarios formativos de temática muy diversa o cursos independientes.
El programa académico de la Universidad de Valencia, Nau Gran, oferta nueve itinerarios formativos de tres cursos cada uno, mientras que UNED Senior imparte cursos de 30 horas con una temática muy flexible que incluye temas de impacto local y que depende de cada sede: “Nosotros tenemos unos bloques temáticos, y dentro de ellos, cada sede propone cada año las asignaturas que quieren ofrecer a sus propios alumnos. La programación de Palencia, por ejemplo, nada tiene que ver con la de A Coruña”, explica Silvia Barreiro, vicerrectora adjunta de Formación Permanente. Actualización digital, idiomas, agricultura, patrimonio local, nutrición… Hasta 7.800 alumnos (y 14.000 matrículas) participaron en el curso 2019-2020, un 20 % más que el año anterior.
Por su parte, la Universidad para Mayores de la Complutense ha desarrollado un programa que combina asignaturas de Humanidades y Ciencias a lo largo de cuatro cursos académicos, además de un segundo ciclo donde los alumnos pueden formarse indefinidamente gracias a un amplio catálogo de cursos monográficos. Pero su concepto va mucho más allá, y ha ido evolucionando a lo largo de los años hasta desarrollar un completo entramado de actividades culturales con un amplio calado social. Entre todas ellas (visitas y viajes culturales, una radio, clubs, iniciativas de cooperación, intercambios internacionales o la incorporación de los mayores a la ciencia, a través de la iniciativa Ciencia Ciudadana) destaca Red Solidaria, una ONG ubicada en el madrileño distrito de Villaverde en la que jóvenes de los másteres y mayores del programa trabajan con niños y adultos inmigrantes, enseñando español a extranjeros, ofreciendo apoyo escolar a estudiantes de Secundaria o talleres de nutrición o de búsqueda activa de empleo. “Si tú tienes un capital humano, un potencial enfrente de los ojos, y la posibilidad de extender el beneficio a otros, no solamente repercute en que todavía te vas a beneficiar más, si no que la labor social que hago contigo se va a extender a los demás. No se puede desaprovechar”, explica Roca.
“El programa de mayores hace que estos se impliquen en la sociedad, y también colaboran en proyectos de otras asociaciones. Siempre hay gente dispuesta… Se trata de aprovechar lo que vale, es tan sencillo como eso”, añade el académico complutense. Visitas a un museo, a la sierra de Madrid, acompañados por un profesor de Biodiversidad o incluso al teatro, a donde llevaron a una treintena de niños a ver El Rey León. Pero también tiene efectos muy positivos en sus relaciones sociales. “Se da la magia, otra vez, de hacer amigos de por vida. Tanto, que algunos llevan veintitantos años juntos, que han viajado por el mundo, que se han ido a vivir juntos… La amistad es un activo importantísimo, porque a partir de cierta edad es muy difícil hacer amigos”.
Para Roca, la universidad ha dejado ya de ser un lugar de instrucción solo para jóvenes, y se ha convertido en un espacio intergeneracional. “Es imparable. En 20 años, será una universidad totalmente diferente, y aunque en Europa sí, en España no se ve mucho. Se sigue mirando con un cierto paternalismo; no se intuye el efecto real social y educativo que va a tener. Es una cuestión geográfica”. Unas dificultades que a veces se dejan ver dentro de las propias instituciones académicas, cuando se encuentran con dificultades para acceder a ciertos espacios. “Lo que es difícil, y es una espina que me trae por la calle de la amargura, es la conciencia de algunas facultades. Hay espacios que están disponibles, pero hay reticencias y a veces tenemos dificultades para acceder (y me consta que no sucede solo en la Complutense). Porque no todo el mundo entiende que los mayores puedan estar en la universidad, como pasaba al principio con las mujeres”.
Versión original: El País