Hacia otro tratamiento de las demencias
Pensar las demencias resulta un desafío a siglos de creencias que en Occidente enmarcaron nuestra forma de percibir esa declinación de las capacidades cognitivas como una des- mentalización o un “salirse de la mente”.
Lectura que contribuyó a que se los entiendan como “máquinas descompuestas” cuyas expresiones carecían de todo sentido o comprensión. A diferencia de tribus subsaharianas, que otorgaban valor al balbuceo en las demencias, comprendiéndolo como un modo de contacto con los dioses.
Hoy entendemos a la demencia como un síndrome, que incluye signos y síntomas específicos que limitan las capacidades funcionales y que suelen ir variando en relación a las patologías de base.
Pueden estar causados por diversos factores tales como trastornos neurodegenerativos, vasculares, lesiones, u otras que llevan a que sus síntomas puedan remitir o no. Es importante entender que, aún sin que haya una curación en todos los casos, existen múltiples formas de tratamiento que inciden positivamente en el transcurso de las demencias.
Un error habitual es confundir la vejez y las demencias, ya que aunque haya un aumento de la frecuencia no es un destino cierto. Por ello, el diagnóstico de demencia senil es poco preciso y solo nos indicaría el momento de la aparición, pero no el tipo de patología que lo produce y que debe ser atendida.
Aclaradas estas distinciones es importante destacar que, así como se buscan tratamientos para evitar estos síndromes, también se persigue la humanización del trato a las personas con demencias.
Sabemos que la desconsideración lleva a que no se tengan en cuenta necesidades tan íntimas como una comunicación amable y comprensiva, disponer momentos gratos, tener en cuenta deseos o intereses, o aún más, de prescindir de actos de violencia como no ser atados a sillas o sobremedicados, en fin, pensar que más allá de los cambios cognitivos que limitan ese intercambio, allí hay una persona.
Hoy podemos reconocer los signos y síntomas en fases muy tempranas lo que dio lugar a que Reagan anuncie públicamente que padecía de Alzheimer. Permitiendo que el sujeto pueda intervenir en estadíos tempranos del decurso de su deterioro cognitivo con decisiones anticipadas o pudiendo conformar contextos que respondan a sus necesidades previstas.
¿Es posible un cambio de sensibilidad hacia las demencias?
Recientemente pudimos ver en Netflix la serie Navillera (Han Dong-Hwa, Lee Eun-mi, 2021) en donde una persona mayor, que había sido cartero jubilado, busca cumplir su sueño de bailar ballet a una edad tardía, lo que constituiría un verdadero reto, pero a lo que se le agrega un desafío mayor, confrontarse con una incipiente demencia tipo Alzheimer.
Esta situación no inhabilita la historia, ni lleva a considerar que su deseo es parte de una falla cognitiva relativa a su patología. Al contrario ubica la posibilidad de llevar a cabo un objetivo precipitado por el diagnóstico, aún con las pérdidas de memoria o dificultades en la orientación que muestra el personaje.
Lo que indica el poder incluir esta compleja situación en el ámbito de la vida misma, sabiendo que en los estadíos iniciales la capacidad de desarrollar dichas tareas es más amplio y que luego puede imposibilitarse, aunque el diagnóstico no termine con la posibilidad de identificar un deseo o un espacio de goce.
Sin embargo, esta obra se inserta en una serie, cada vez más numerosa, que describe este fenómeno a partir de una búsqueda de inclusión y humanización de estas personas. Un conjunto de películas refieren el amor y la valoración como una posibilidad aún… o justamente hacia las personas amadas con demencias.
Una de las más resonadas es la película “El hijo de la novia” (Campanella, 2001) en la que Héctor Alterio decide cumplir el sueño de casarse por iglesia con su esposa, Norma Aleandro, la que vivía en una residencia para personas mayores afectada por una demencia que difícilmente permitía reconocer el valor de dicho acto.
Su hijo tomado por las dificultades de lo cotidiano puede resignificar su vida a partir de un acto que subvierte los valores y dignifica a todos los que están implicados.
Relatos semejantes emergen en la película “Quédate conmigo” (Mc Gowan, 2013) donde el marido decide cumplir el sueño de construir una casa adaptada a las necesidades y deseos de su esposa con demencia, aunque en un sitio que no le estaba permitido construirla. Lo que simbolizaría el amor más allá de las normas convencionales.
Otro filme, “Lejos de ella” (Poley, 2006), vuelve a recuperar la temática de una pareja, en la que su esposa tiene Alzheimer, y es internada en una residencia para personas mayores.
Allí olvida a su marido y comienza una relación con otro hombre, lo que molesta al esposo e intenta detener dicha situación. Sin embargo el malestar que le produce a su esposa lleva a que reconsidere el deseo de esa mujer y valide esa relación más allá de sus celos.
Podríamos seguir con otras historias similares, como Amour (Haneke, 2012), La Familia Savages (Jenkins, 2007) o Nebraska (Payne, 2013) en la que se presenta una nueva sensibilidad hacia la temática y, donde lejos de considerarlos como “máquinas descompuestas”, se los muestra como dignos de un respeto por lo que fueron y lo que siguen siendo. Incluso el interés por su calidad de vida no remite a una serie de cuidados higiénicos, sino que se apela al aspecto más humano, su disfrute o por qué no felicidad que, aunque nos cueste comprenderlos, pueden ser igualmente valiosos y genuinos.
Las demencias, y en especial el Alzheimer, encuentran un espacio en la cultura que agrega y adelanta nuevas formas de comprensión ante una sociedad que aún sigue siendo incapaz de reconocerlas.
Versión original: Clarín, opinión / debate escrito por Ricardo Iacub: Doctor en Psicología (UBA), especialista en la vejez.