Históricamente: ¿Cómo se define «Persona Mayor»?
Conceptualización general: Para designar a las personas mayores se han utilizado las más variadas voces. Algunas de las conceptualizaciones tienen especial significación debido al peso ideológico que el uso le imprime a las palabras a través del tiempo. Las construcciones lógicas en relación a las personas que transitan la vejez, sufren la manipulación de los vocablos o fenómeno de la desviación (GOLDSCHMIDT, 1986). La Convención Interamericana sobre Derechos Humanos de las Personas Mayores define en su artículo 2º, como “Persona mayor”, a aquella de sesenta años o más, salvo que la ley interna determine una edad base menor o mayor, siempre que ésta no sea superior a los sesenta y cinco años. Este concepto incluye, entre otros, el de persona adulta mayor.
Las voces más típicas que refieren a la presente persona mayor, entendemos, son anciano, viejo, persona de la tercera edad, adulto mayor, señor (ingl. senior) y senil. La palabra anciano (del lat. vulgar antianus, derivado de la preposición “ante” -“en frente de, antes” y la terminación “-anus” común en adjetivos. Deriva últimamente de la inflexión locativa “anti” – “en frente de” de la raíz indoeuropea). En los tiempos apostólicos, el anciano era cada uno de los encargados de gobernar las iglesias. El término deriva del antiguo adverbio anzi usado en romance hispánico. Destaca la doctora Dabove cómo esta palabra se ancla sobre la faz temporal del proceso. Entonces, será anciana la persona que cuenta con un “antes” de peso, con un pasado mayoritario, que respalda lo poco que vendrá (DABOVE CARAMUTO, 2002).
Por su parte, el vocablo viejo (del lat. vulg. veclus, derivado del lat. clásico vetulus, diminutivo de vetus – “viejo”) que etimológicamente significa de cierta edad. De él derivan los términos vejez, envejecer y sus derivados: envejecido, envejecimiento. De la misma raíz provienen las locuciones despectivas vejestorio y vejete. Estrechamente vinculado con ellos, se han encontrado los registros del término vejar alrededor del año 1531. Tomado del latín vexare, vejar, como sabemos, significa sacudir violentamente, maltratar (DABOVE CARAMUTO, 2002).
La expresión tercera edad, por su parte, proviene de la segunda mitad del siglo XX. La misma surge en Francia y es acuñada por el doctor J. A. Huet, pionero de la gerontología en el país galo. Se designaban así a personas de diversa edad, jubiladas o pensionadas, percibidas como de baja productividad. Más adelante, se circunscribió su uso para designar a jubilados y pensionados de más de sesentaaños de edad (FAJARDO ORTÍZ, 1995).
La locución adulto mayor tiene su punto fuerte en la palabra mayor, la que permite diferenciar al adulto joven del viejo. La voz mayor (del lat. vulg. maior, -oris, comparativo de magnus, grande). Entre los derivados de la palabra encontramos mayoral y mayoría (ambos acuñados en el siglo XIII). Más adelante surge el término mayorazgo (DABOVE CARAMUTO, 2002).
Por otro lado, el término señor (del lat. senior, “el de más edad”, “el más viejo”). La palabra es la forma comparativa de senex, senis “anciano”, “viejo”. En la antigua Roma se llegaba a ser senior a partir de los cuarenta y cinco años. Más adelante, en la República, tomó el significado de “dignatario” o “superior” –sinónimo de dominus–, lo que claramente se evidencia en la composición del Senado.
La raíz de señor –esto es senex, senis–, nos lleva a la palabra senil que literalmente significa “relativo a la vejez”. Ambos derivan de senectud–senectus -utis, vejez–. De senil surgió, en el siglo XX, la voz senilidad, que hace referencia a la degeneración progresiva de las facultades físicas y psíquicas debida a la alteración producida por el paso del tiempo en los tejidos.
Así, como hemos manifestado, el fenómeno de desviación de los vocablos se produce al hilo de las representaciones de la realidad en determinado tiempo y espacio: así sucede con las personas mayores, a quienes se las asocia alternativamente con el decrecimiento (de allí la palabra viejo, vejete, vejestorio y demás peyorativas). Mas existe la idea de vejez unida a la de crecimiento, como prueba la evidencia lingüística en el uso de mayor, señor, senil, senescencia, etcétera (DABOVE CARAMUTO, 2002).
La persona mayor, como concepto y como categoría social, presenta una trayectoria dilemática. La historia muestra que han transitado en forma despareja un camino sinuoso plagado de fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas que decidieron la posición estratégica de la vejez en las sociedades occidentales.
En la antigüedad de Grecia sobrevivieron con comitantemente dos modelos de problematización de la vejez correspondientes a las sociedades espartana y ateniense. Los espartanos entronizaron a las personas mayores al punto de incluirlas en el núcleo de la vida política, formando parte del gobierno en la Gerusía. Por su parte, los atenienses se debatieron entre la aceptación abierta de los de más edad en el Areópago (Solón), y el rechazo tajante con los demócratas. A su tiempo, Roma cerraría el capítulo de la vejez en el mundo antiguo, con la reflexión de los estoicos encarnada en De senectute. La obra de Cicerón es la primera en occidente en estar completamente dedicada a la vejez.
La Edad Media, o Edad de la Fesignificó, para el mundo, el retraimiento al universo íntimo de la religión; y el relegar la exploración de la verdad razonable por la cruzada en busca de la verdad espiritual. Con las ciencias duras aun nascitvrvs, la esperanza de vida se hallaba reducida significativamente. En un mundo plagado de guerras, enfermedades mortales, deficiencias en la alimentación, higiene e ignorancia generalizada en la prevención de la salud, llegar a viejo constituía en sí mismo un milagro. Por esto, la condición de las personas mayores no fue objeto de una reflexión integral.
El Renacimiento implicó una revitalización de los modelos de la Antigüedad, reunidos ahora bajo la religión católica. La era del hombre comienza un camino que desplazaría a la preocupación por lo divino, en pos de explicar las fuerzas del mundo circundante: una realidad que necesitaba ahora de la ciencia para proveerse de los conocimientos necesarios para dominarla. El modelo de la juventud exaltada como objeto de valoración plena, dejaría nuevamente a los viejos en posición desventajosa. La persona mayor, “cargada de fealdad y decadencia”, quedará una vez más fuera del círculo de lo comprendido. El viejo renacentista es un ser trágico por estar ridículamente vivo. Es, pura y simplemente, la vuelta insensata a la niñez (Erasmo – Montaigne) (AA.VV., 2006).
La llegada de la Iluminación Racional del siglo XVIII, no será un período positivo para las personas mayores, nuevamente relegadas por las necesidades organizacionales. El viejo se convierte en un ser doblemente extraño. Extraño por anormal y extraño por marginal.
La Edad Contemporánea, por su parte, profundizó el paradigma moderno sobre la vejez. El progreso de la medicina implicó que la vejez quedase acorralada en su dimensión biológica: simplificada, estereotipada y problematizada. En el siglo XX, luego de las dos guerras mundiales, se inicia una era de renacimiento de la conciencia social en relación a la temática de los vulnerables, en tanto sujetos plenos de derecho. Se vislumbra a la vejez, como un problema global necesitado de atención política, jurídica y sobre todo, económica. Los avances de los conocimientos biológicos, la creación de instituciones gerontológicas y el desarrollo del constitucionalismo social, han sido en gran medida los motores de este cambio de atención iusfilosófica.
La postmodernidad, época histórica que se ha iniciado a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial (CIURO CALDANI, 1995), se presenta como una realidad signada por el enorme desarrollo del capitalismo, los procesos de globalización/marginación y los avances acelerados de la ciencia y la tecnológica. La evolución científica y técnica ha hecho posible el mejoramiento de los diagnósticos y pronósticos de las ciencias de la Salud; ha permitido el avance de la farmacología, la biotecnología y de la producción en general. En suma, ha incrementado la calidad de vida de la población, con el consiguiente crecimiento de la expectativa de vida de las personas. El siglo XXI es el siglo de la toma de conciencia etaria.
Si bien la expectativa de vida de las personas ha aumentado, paradójicamente, la calidad vital no es alcanzada por todos los seres humanos en igualdad de condiciones. Los ancianos constituyen un grupo especialmente vulnerable a esta ambivalencia, padeciendo, por ello, situaciones múltiples de discriminación. El capitalismo de consumo exalta a los sujetos fuertes del mercado, marginando a los sujetos débiles –como las personas mayores–-, los que muy pronto resultan mediatizados, cuando no, excluidos del sistema. En esta situación, los ancianos se encuentran en condiciones más graves que los otros grupos de sujetos débiles, como las mujeres y los niños, dado que éstos tienen, en estos tiempos, mayores posibilidades de ser admitidos en las tareas productivas. En este contexto, la vejez está asociada a una idea de decadencia, de ocaso, que lejos de desearse o ponderarse, se previene (MARTINEZ/MORGANTE, 1998).
Por ello, las personas mayores constituyen un grupo aislado, dependiente e inactivo, que recibe asistencia del resto en la medida en que no amenaza el bienestar de los otros. En este sentido, los viejos ocupan el lugar que en la sociedad le conceden las generaciones más jóvenes. La consideración de la ancianidad como colectivo diferenciado en virtud de su especificidad biológica, histórica y cultural, propicia un análisis integral de la vejez y particular de las “vejeces” que nos permite desenmascarar la discriminación y el abuso que a diario padecen los viejos. Conceptualizar a la vejez importa no sólo atender a los cambios psico-físicos, que inevitablemente tienen lugar en la persona que envejece, sino también a las consideraciones socio-culturales de la edad, esto es, qué significa y cómo se envejece en un momento y lugar determinados, cuál es el rol o la función que la sociedad de jóvenes atribuye a las personas de edad, cuáles son las conductas sociales que se espera de los ancianos y, a su vez, las conductas sociales hacia los ancianos (MARTINEZ/MORGANTE, 1998).
Bibliografía
AA.VV. (2006). Derecho de la Ancianidad. Perspectiva Interdisciplinaria.Rosario: Juris.
CIURO CALDANI, Miguel Ángel (1995). Panorama trialista de la Filosofía en la Postmodernidad. En Boletín del Centro de Investigaciones de Filosofía Jurídica y Filosofía Social, Nº19, p. 9 y ss.
CIURO CALDANI, Miguel Ángel (1996). Comprensión de la globalización desde la Filosofía Jurídica. En Revista Investigación y Docencia, Nº27.p. 9 y ss. Rosario:Fundación para las Investigaciones Jurídica.
CIURO CALDANI, Miguel Ángel (1995). Filosofía jurídica de la marginalidad, condición de penumbra de la postmodernidad. En Revista Investigación y Docencia, Nº 25, p. 25 y ss. Rosario: Fundación para las Investigaciones Jurídicas.
BAUMAN, Zygmunt (1999). La Globalización. Consecuencias humanas, trad. Daniel Zadunaiky. Brasil:Fondo de Cultura Económica.
GOLDSCHMIDT, Werner (1986). Introducción filosófica al Derecho, 5ª ed., 6ª reimp. Buenos Aires: Depalma.
DABOVE CARAMUTO, María Isolina (2002). Los Derechos de los Ancianos, Buenos Aires: Ciudad Argentina.
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JAMESON, Fredric (2004). Una modernidad singular. Ensayo sobre la ontología del presente, trad. Horacio Pons.Buenos Aires: Gedisa.
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MARTÍNEZ, María Rosa; MORGANTE, María Gabriela; REMORINI, Carolina (2008). ¿Por qué los viejos? Reflexiones desde una etnografía de la vejez. En Revista Argentina de Sociología –on line–, Año 6, Nº10, pp. 73 y 84. Buenos Aires. Consultado el 15 de mayo de 2016, http://www.scielo.org.ar/pdf/ras/v6n10/v6n10a06.pdf
TAMER, Norma Liliana (2008). La perspectiva de la longevidad: un tema para re-pensar y actuar. En Revista Argentina de Sociología –on line–, Año 6, Nº10, pp. 94 y 95. Buenos Aires. Consultado el 15 de mayo de 2016, www.redalyc.org/pdf/269/26961006.pdf)
Versión original: OMS
Comentario (1)
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