La vejez no es una enfermedad
La historia suele repetir debates que parecen nunca quedar saldados. En este caso volvemos a ese antiguo cuestionamiento relativo a pensar si el envejecimiento y la vejez son una enfermedad o una etapa de la vida. ¿Por qué interrogarnos nuevamente sobre el tema y cuáles son sus consecuencias?
La OMS propone incluir en su undécima publicación de la Clasificación Internacional de Enfermedades y Problemas de Salud Relacionados, CIE 11, a la vejez dentro de los “síntomas generales”, en contigüidad con un edema, choque o trastorno del sueño, y pudiendo incluso puede ser clasificado como causa de muerte.
Esta clasificación internacional tiene fines estadísticos relacionados con conocer los factores que inciden en la morbilidad y la mortalidad, y los aspectos financieros de un sistema de salud, como la facturación o la asignación de recursos, y se diseña para promover la comparación internacional de la recolección, procesamiento, clasificación y presentación de estas estadísticas.
Lo que, de una manera más clara, permite conocer porque las personas enferman y fallecen, y con ello saber cómo evitar y costear ciertas patologías para así aumentar la longevidad.
De esta manera se vuelve a cuestionar la naturaleza del envejecimiento y la vejez, la que había dejado de ser considerada como una enfermedad por diversas razones. Por un lado, la revista The Lancet advertía que los llamamientos a reconocer el envejecimiento como una enfermedad que se puede tratar son cada vez más relevantes y debatidos (agregaría debido a un poderoso negocio que trasunta), a pesar de la falta de un conjunto universalmente aceptado de biomarcadores de envejecimiento e incertidumbre sobre el momento de transición a la enfermedad”.
Por otro lado, reducir el envejecimiento a un fenómeno biológico implica perder de vista la complejidad de variables que conforman dichos criterios, ya que lo biológico no siempre entra en continuidad con el envejecimiento psicológico o social.
Es decir, envejecer o ser viejo está constituido por factores diversos donde el potencial patológico es uno de los elementos que lo conforman, tanto como la posibilidad de maduración y crecimiento psicológico, de fortalecimiento físico y de inclusión y empoderamiento social.
Además, es importante destacar que reducirlo a una patología es una forma más de adultocentrismo, que limita comprender las transformaciones propias del ser humano, y entender las diferencias en términos de etapas vitales, con indicadores propios que establecen los esperables por edad.
Este hecho ha producido una consternación a nivel mundial, ya que clasificar al envejecimiento como una enfermedad podría fomentar la discriminación de las personas mayores ante la sanidad pública, aseguradoras médicas y gobiernos. Dando lugar a que se deje de prevenir enfermedades evitables y disponer gastos para ello.
Asimismo, considerarla de esta manera dará lugar a tratamientos terapéuticos sin bases científicas, basados en la industria del anti envejecimiento, así como confundir las verdaderas causas que llevan a que alguien fallezca, ya que la vejez se convertirá en un telón que oscurezca otras patologías que si producen la muerte y que pueden ser prevenibles y atendibles.
Sin dejar de considerar los efectos culturales que expresa considerarla de esta manera. Envejecer, en vez de constituirse en una experiencia de desarrollo positivo, activo y saludable, se constituirá en un problema social que deberá cargar una cada vez más importante franja de la población, que gracias a el desarrollo de la humanidad ha ido extendiendo el derecho a envejecer.
La propia OMS propuso y definió al envejecimiento saludable, en obvia contraposición con uno patológico, ya que implica “un proceso en el cual se debe fomentar y mantener la capacidad funcional que permite el bienestar en la vejez”.
No olvidemos que esta misma Organización declaro la Década del Envejecimiento Saludable 2020-2030, para “lograr y apoyar las acciones destinadas a construir una sociedad para todas las edades”. Contradicciones que no deberían dejarnos de cuestionar a qué intereses responden.
La Agenda 2030, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) en el 2015, propone “garantizar una vida sana y promover el bienestar de todos a todas las edades” y “reducir en un tercio la mortalidad prematura por enfermedades no transmisibles mediante su prevención y tratamiento, y promover la salud mental y el bienestar”.
Por último, no debemos dejar de tener en cuenta que contamos con un instrumento legal, como es la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores, que fue ratificada por nuestro país (Argentina), y que define al envejecimiento saludable como “un proceso continuo de optimización de oportunidades para mantener y mejorar la salud física y mental, la independencia y la calidad de vida a lo largo de la vida”.
Los vaivenes de la historia no responden a criterios necesariamente científicos, sino a narrativas, que en un momento dado, como la pandemia, parecen volver a colocar, justificar o aprovechar tamaña reducción de un concepto tan amplio y complejo, como la vejez, en una enfermedad.
Rechazar este criterio implica reivindicar la posibilidad de una buena vida, incluso con las particularidades distintivas y heterogéneas de las múltiples maneras de envejecer.
Versión original: Clarín escrito por Ricardo Iacub es Doctor en Psicología (UBA), especialista en Adultos Mayores.