Mi madre tiene demencia y yo tengo su fe judía
Nunca pensé que perdería a mi madre tan joven.
Ojalá tuviera más tiempo.
Estas cuatro palabras me acompañan cada día mientras veo a mi madre deteriorar a causa de la demencia. A los 29 años, nunca pensé que tendría que ayudar a mamá a vestirse por la mañana. Nunca pensé que tendría que cocinar para ella y recordarle que tome sus píldoras, ni conducir por las calles de Tucson buscando a una mujer rubia que salió de la casa cuando yo no presté atención.
Nunca pensé que perdería a mi madre tan joven.
Nunca pensé que no tendría tiempo para que ella me viera conseguir mi primer trabajo, enamorarme o tener hijos. Nunca pensé que no tendría tiempo.
De acuerdo con la ley judía, mi identidad judía y mi lugar en este mundo vienen de mi madre. Con un padre que es luterano, ella es literalmente la mujer que me regaló mi fe judía. Ella es la razón por la que fui a una escuela judía, hice el bat mitzvá y visité Israel por primera vez. Ella es la razón por la que sin importar cuán lejos viaje, me siento en casa al entrar en Shabat a la casa de un Rabino o una casa de Jabad y compartir una cena y rezos con mi «familia» judía.
Al verla deteriorarse hacia la infancia adulta, como lo describimos en nuestra familia, comprendí que estoy haciendo duelo por una pérdida. Afortunadamente, la misma fe judía que mi madre me regaló me brinda fuerzas con sus prácticas de duelo.
En el judaísmo, el duelo se centra en respetar a los muertos (kavod hamet) y consolar a los vivos (nijum avelim). Aunque mi madre está lejos de estar muerta, lo que ha muerto es la versión de ella con la que yo crecí. La mujer a quien yo podía acudir para sentirme segura y encontrar consuelo ya no está completa, y el humor y el sarcasmo judío que una vez llenaba nuestro hogar ha sido reemplazado por una inocente alegría por los juguetes musicales. Aunque aún tengo a mi madre para abrazarla, en un sentido mi Ima ha muerto.
Transitar por este estado de casi duelo me ha conectado todavía más a mi fe… y a mi madre. Ante la primera señal que nos permitió reconocer su demencia, yo efectué una forma de kriá, desgarrando la ropa sobre mi corazón. Me senté en una silenciosa forma de shivá, honrando el recuerdo de la madre que tuve una vez y reflexionando sobre lo que aún tengo de su presencia. Y dediqué 30 días para reflexionar sobre el regalo que Dios me dio de tener una madre increíble.
Luego di pasos concretos para regresar a la vida, entrando a una nueva normalidad. Me enfoqué en estar agradecida por lo que Dios me ha dado, lo cual ha sido instrumental para mantener mi fe. Eso me permitió abrir los ojos a lo que aún tengo: el impacto de una madre sobre un hijo.
Cuando estaba asustada, triste o alegre, acudía a mi madre. Incluso después de tener más de veinte años seguía buscando su consuelo. Ella me daba una sensación de seguridad en este mundo. Ella era el hogar. Y ese hogar, en un sentido espiritual, sigue siendo parte de mi, tanto como Dios es parte de mí.
Sé exactamente lo que mi madre hubiera dicho cuando la llamaba con noticias buenas o malas. Sé exactamente cómo se hubiera sentido su abrazo. Eso es algo que nunca me dejará. Esos recuerdos están en mi corazón como una parte de mi ser. Toda mi vida he estado recolectando regalos de mi madre.
En el judaísmo, en vez de volvernos en contra de Dios tras la muerte de un ser querido, nos levantamos cada día y reafirmamos nuestra fe en Dios a pesar de la pérdida. Al estar de duelo por la madre que tuve una vez, me siento llena de gratitud y fe. Con el judaísmo como mi guía, siento que mi mamá, junto con Dios, está siempre conmigo.
Versión original: Aish Latino escrito por Mirissa D. Price
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