No definas tu valor por lo que haces
He aprendido de la manera difícil qué sucede cuando defines tu valor por lo que haces.
Mi autoestima sufrió un verdadero golpe la semana pasada. Un editor me dijo que mi artículo no estaba suficientemente bueno. Él quería que yo moldeara la «pieza de mármol en bruto» que le entregué y que lo convirtiera en un artículo coherente.
¡Qué grosero de su parte!
Muchos definimos nuestra autoestima, nuestro estatus en la jerarquía social, en base a lo que hacemos, cuánto ganamos, dónde vivimos y qué auto conducimos. Los niños ya no sueñan con ser bomberos, astronautas u oficiales de policía. Ahora quieren ser influencers en YouTube. Esa es la forma de atraer más atención.
Me defino como escritor. Si este supuesto editor pone en duda mi habilidad para escribir, tal vez no estoy destinado a ser periodista. Y si no soy periodista, entonces… ¿qué soy?
Mis pensamientos negativos acumularon vapor como una olla a presión. ¿Quién es él para decir que no puedo escribir? ¡No necesito someterme a esto! No puedo hacer nada bien. Probablemente estoy destinado a seguir trabajando como freelance por el resto de mi vida.
Qué locura. Tomé una respuesta editorial sobre un solo artículo y lo transformé en un diálogo interno tóxico que me dejó frustrado, deprimido y enojado
Claramente, mi definición de autoestima estaba fuera de control.
Y no estoy solo en esto. Muchos miramos hacia afuera para buscar valor. Miramos nuestros logros y biografías de LinkedIn, nuestros diplomas y currículums, en busca de una validación que sólo puede surgir de nuestro interior. Pero no podemos encontrar nuestra humanidad compartida ni nuestra dignidad en trabajos, títulos o salario. Nuestra humanidad innata no es algo que pueda canjearse o adquirir. Es algo inherente; algo con lo que nacemos y es intrínseco a la esencia de nuestra alma.
El antídoto para aquellos que se ven a sí mismos sólo como una amalgama de logros es dejar lugar para las cosas cruciales que a menudo pasamos por alto: el descanso y la familia.
Rav Jonathan Sacks dice que antes de que los israelitas recibieran la Torá en el Monte Sinaí, Dios les dio su «declaración de misión». Ellos debían servir como «un reino de sacerdotes y una nación sagrada». Hay diversas opiniones respecto a qué es lo que hace a una «nación sagrada». Pero para Rav Sacks, las raíces de la «declaración de misión» judía se encuentran en la creación del universo en siete días.
Aunque el proceso de creación duró realmente seis días y no siete: la noche y el día, el cielo y el mar, los animales y los humanos, la obra sólo estuvo terminada el séptimo día. ¿Pero cómo es posible que el último día, el momento de hacer una pausa y no trabajar, sea una parte vital de la creación? Desde nuestra perspectiva moderna de adicción al trabajo, el hecho de crear, construir, trabajar, es la antítesis misma del descanso. Pero la Torá nos dice lo contrario.
Rav Sacks explica que «al renunciar en Shabat a nuestro propio estatus como creadores, somos pasivos en lugar de activos. Nos convertimos en creaciones, no en creadores. Renunciamos a crear para experimentarnos a nosotros mismos como creados». En otras palabras, «ocupar un espacio o tiempo sagrado es renunciar a la creatividad humana para estar existencialmente abiertos a la creatividad Divina». Debemos alejarnos de nuestras pasiones, sueños, metas y planes para cumplir con el proceso creativo. Para convertirnos en creaciones.
La cultura de la prisa nos ha convencido de que somos lo que hacemos y que nuestra autoestima está inexorablemente vinculada a lo que hacemos. Ese es mi problema. Creo sin cesar, sin detenerme para procesar y digerir. Como un tiburón que no puede dejar de nadar, debo trabajar constantemente, temiendo que sin mantenerme relevante mi ego vaya a evaporarse. ¿Cómo puedo detenerme o desacelerar mientras el resto de los periodistas siguen trabajando cuando yo «descanso», hacen propuestas mientras yo me «desconecto»?
Encontrar un equilibrio entre el trabajo duro y cuidarse a uno mismo es clave en una cultura que nos alienta a llevar nuestras vidas al límite para adquirir automóviles, dispositivos y relojes en la búsqueda de la felicidad. Como pregunta Charlie Sheen en la película «Wall Street»: «¿Detrás de cuántos yates puedes esquiar? ¿Cuánto es suficiente?».
La respuesta no está en abandonar o rechazar el trabajo sino en encontrar el punto medio. Rav Sacks señala que no podemos trabajar sin cesar ni descansar indefinidamente. «Un mundo en el que todo el tiempo fuera Shabat, sería uno en el que los seres humanos no podrían existir como seres humanos. No habría tiempo ni espacio para el esfuerzo o el logro humano. Eso es precisamente lo que Dios no quiere que suceda».
Por otro lado, si nunca descansamos, «ese sería un mundo sin límites para la asertividad humana, siempre el preludio de un desastre político, militar, económico o ambiental». En síntesis, nos encontraríamos viviendo como Gordon Gecko de «Wall Street»: infelices, materialistas, vagando interminablemente de una distracción a la siguiente para distraernos de lo que causa nuestra infelicidad más profunda.
Cuando toda nuestra identidad se convierte en una extensión de nuestra biografía en LinkedIn, estamos dando prioridad a nuestros logros profesionales por encima de nuestras relaciones familiares y espirituales. Nuestra definición de autoestima queda anclada a cosas que no tienen nada que ver con una felicidad más profunda. La satisfacción de las recompensas externas siempre es efímera. El verdadero significado se encuentra al mirar hacia adentro.
Versión original: Aish Latino escrito por Ari Blaff