¿Por qué los valores judíos son importantes?
Durante 3.500 años, los judíos han estado transmitiendo a sus hijos y al resto del mundo el mensaje más revolucionario de la historia humana.
Valores judíos para un mundo secular
Una vez en cuarto grado, fui sorprendido en una mentira. No era una mentira terrible; no comprometía la seguridad o la propiedad de nadie. Simplemente evité una actividad escolar diciendo falsamente que tenía autorización de mis padres para no participar. De alguna manera fui descubierto.
Aquí les cuento cuán seriamente se tomó la Academia Hebrea de Cleveland la pequeña mentira.
El director vino a mi clase, interrumpiendo al profesor. Escribió una cita de Éxodo en la pizarra: «Midvar sheker tirjak». Preguntó el significado de las palabras, y me señaló a mi para dar la respuesta. «Mantente alejado de las mentiras», dije yo.
Cuando terminó este improvisado ejercicio sobre la gravedad de la mentira, me hizo volver con él a su oficina. Recién ahí me di cuenta de que se había enterado de mi mentira. Tomó un libro de la caja fuerte de su oficina, buscó una pagina en blanco y escribió la mentira que yo había dicho. Tuve que firmar la pagina y anotar la fecha; el libro regreso a la caja fuerte.
No es necesario decir que yo estaba mortificado. Pero aprendí algunas lecciones importantes ese día. Aprendí que mis mentiras pueden deshonrarme, que las palabras no se borran con facilidad y que los adultos en mi vida notaban cuando yo hacia algo malo.
¿Por qué importan los valores judíos?
¿Por qué es una educación judía —una educación de Torá— tan importante? ¿Para que nuestro patrimonio judío sea reforzado en el presente y transmitido en el futuro? Sí. ¿Para que los ritmos del día judío y la semana judía y el año judío continúen constantes en cada comunidad judía? Sí. ¿Para que las familias judías puedan observar mejor las festividades y cumplir con los mandamientos? Sí.
Pero todo aquello no responde la verdadera pregunta: ¿Por qué la tradición judía —los valores judíos— importan?
Déjenme sugerir al menos una pequeña parte de la respuesta: el judaísmo es importante para todo el mundo porque es un sistema para hacer a los seres humanos decentes. La eterna misión de los judíos es mejorar al mundo a través de mejorar a las personas. Hacemos eso apoyando la proposición de que hay un sólo Dios Quien creó y controla el mundo y Quien se preocupa profundamente por la forma en que actúan las personas. Durante 3.500 años, los judíos han estado diciéndose a sí mismos, a sus hijos y al resto del mundo: Sean buenos. Sean amables. Sean honestos. Sean éticos. Sean morales. Es el mensaje más revolucionario de la historia humana, y nosotros somos las personas elegidas para transmitirlo, para ser, como dijo el profeta Isaías, «or lagoim», una luz para las naciones.
Sentirse bien versus hacer el bien
La sociedad contemporánea dice, «Lo importante es sentirse bien con lo que haces». El judaísmo dice, «Lo importante es hacer el bien, sin importar lo que sientas».
La creencia de que sentirse bien es más importante que hacer el bien prevalece en el mundo secular que nos rodea. Esa es una de las razones por las cuales muchos de nosotros enviamos a nuestros hijos a escuelas religiosas. Sabemos que tienen mucha mayor posibilidad de convertirse en jóvenes éticos, que si son fomentados a creer que como se sientan respecto a ellos mismos es más importante que como actúan respecto a los otros.
Al judaísmo le gustaría que te apasione dar caridad, visitar a los enfermos, evitar los chismes, decir la verdad en tu declaración de impuestos. El judaísmo estaría encantado si tú hicieras esas mitzvot desde tu corazón. ¿Pero que pasa si tu corazón no está puesto en ello? ¿Qué pasa si realmente no tienes ganas de hacer una de esas mitzvot?
El judaísmo dice: Hazlo de todas formas. Es hermoso sentirse caritativo, pero es mucho más hermoso realmente dar caridad. Es maravilloso si nunca sientes la tentación de decir cosas malas sobre otras personas, pero es considerablemente más maravilloso si te contienes de decirlas incluso cuando tienes la tentación de hacerlo.
Actos de bondad consistentes
Hay una calcomanía muy popular que dice: «Practica la bondad al azar y los actos de belleza sin sentido».
A primera vista, parece un acogedor y exaltador sentimiento. En un mundo lleno de crueldad, ¿Qué podría ser más bienvenido que la bondad inesperada? Con toda la violencia sin sentido que se causan los seres humanos unos a los otros, todos necesitamos un poco más de belleza en nuestras vidas. ¿Quién no le daría la bienvenida a lo que nos pudiera inspirar a hacer actos de bondad y belleza, incluso si es solamente una expresión en una calcomanía?
Sin embargo, mientras más veo esta expresión, más me molesta. Las palabras son dulces. Pero tomadas literalmente, transmiten un preocupante mensaje.
Porque lo que nuestra sociedad necesita aumentar no es la bondad al azar, sino la bondad sostenida y confiable; no los actos de belleza sin sentido, sino las conductas bellas que son conducidas deliberadamente. Por supuesto que la bondad al azar es mejor que nada de caridad. Pero es el equivalente ético de sentarse en el piano y tocar la canción «palillos chinos»: rápido, fácil y no muy serio.
El significado que acecha en los intersticios de «Practica bondad al azar» es que tratar a los otros con compasión y decencia es algo que sólo debe hacerse en broma. Esa no es una filosofía que promueve la bondad como un elemento esencial del buen carácter. Es una filosofía que promueve la bondad como una actividad entretenida para realizar durante un fin de semana aburrido.
Esta actitud se extiende en el creciente auge de los libros de «bondad». «Actos de Bondad al Azar», por ejemplo, sugiere comprarle el café a extraños en una cafetería o lavar el auto del vecino en secreto.
Algo llamado «La Sociedad Bondadosa» ofrece lo siguiente en su sitio Web:
«Los actos de bondad al azar son aquellas cosas dulces o amorosas sin ninguna otra razón más que, momentáneamente, lo mejor de nuestras humanidad ha florecido en nosotros. Cuando espontáneamente le das a una anciana un ramo de claveles rojos que pensabas llevar a casa para tu mesa, cuando le das tu almuerzo a la persona que pide dinero tocando la guitarra en la esquina…, cuando anónimamente pones monedas en el parquímetro de alguien…, no estas haciendo lo que la vida requiere de ti, sino aquello que lo mejor de tu alma humana te invita a hacer».
Estoy muy a favor de dar espontáneamente ramos de flores a ancianas. Cualquier buena acción debe ser fomentada, incluso si es hecha sólo por capricho. Pero si la bondad se compone solo de gestos del momento, si no es «lo que la vida requiere de ti» ¿para que molestarse? ¿Por qué se siente bien? Entonces ¿Qué ocurre cuando no se siente bien? ¿Qué ocurre cuando implica un verdadero esfuerzo —un sacrificio financiero o una significativa inversión de tiempo— el tratar a alguien con bondad y caridad?
Cuan diferente es la comprensión de la bondad transmitida por Abraham, el padre de la Nación Judía. Cada uno de los tres patriarcas es considerado como un modelo de una cualidad en particular, y Abraham es recordado sobre todo, por sus actos de bondad. (La cualidad de Isaac es el auto sacrificio; Iaacov es el paradigma de la sabiduría).
La Biblia describe a Abraham como un hombre intensamente preocupado por la comodidad y el bienestar de los otros. Deja su lecho de enfermo cuando ve extraños a la distancia, ignorando su dolor para poder ser hospitalario con ellos. Le implora a Dios que perdone a los crueles pecadores de Sodoma y Gomorra. Inculcó tan minuciosamente los hábitos de bondad en los miembros de su familia que cuando su sirviente Eliézer viaja a buscar una esposa para Isaac la prueba determinante que enfrenta es de compasión: Busca a una mujer que no solamente pueda ofrecerle un trago de agua, sino que además se ofrezca a sacar agua para sus camellos al mismo tiempo, una tarea difícil.
Esta es bondad de un nivel mucho más alto que lavar el auto de tu vecino o regalar claveles en la calle.
«Los judíos son hijos compasivos de padres compasivos», enseña el Talmud. «Una persona que es cruel con las demás criaturas no es descendiente de nuestro padre Abraham». La tradición judía enseña que la bondad es lo que la vida requiere de ti.
Los sabios nos enseñan que Dios mismo es el modelo original de bondad: El vistió a Adán y Eva cuando estaban desnudos, visitó a Abraham cuando estaba enfermo, consoló a Isaac en su dolor, enterró a Moisés después de su muerte. Nosotros, que nos fue ordenado seguir los caminos de Dios (Deuteronomio 13:5), debemos de la misma manera vestir a los desnudos, visitar a los enfermos, confortar a los deudos y enterrar a los muertos. Rezamos en Rosh Hashaná para que Dios nos trate con caridad y bondad —ase imanu tzadaka vajesed— no al azar sino diariamente, no por antojo sino constantemente. Él quiere lo mismo de nosotros. «Porque yo deseo bondad, no sacrificios», dijo el profeta Óseas 2.700 años atrás.
Luchando contra la maldad
Hace algunos años, Robert Simon, un profesor de filosofía en la Universidad de Hamilton, escribió sobre la inhabilidad de sus estudiantes para hacer un juicio moral definitivo, incluso el juicio de que el Holocausto fue malvado. «Por supuesto que no me gustan los Nazis», dijo un estudiante, «¿pero quiénes somos nosotros para decir que están moralmente equivocados?». En Harvard, James Q. Wilson encontró un desgano similar para condenar al Holocausto: «Todo depende de tu perspectiva», le dijo un estudiante. Otro comentó: «Yo tendría que ver estos sucesos a través de los ojos de las personas afectadas por ellos».
Claramente algo ha salido mal cuando los estudiantes de prestigiosas instituciones de alto aprendizaje no pueden denunciar a Auschwitz y Treblinka. Demasiados estadounidenses se achican para no parecer «críticos» o «moralistas», las palabras mismas son utilizadas hoy en día exclusivamente como peyorativas. La actitud que prevalece es «¿Quien puede decidir lo que es bueno o malo?».
Vivimos hoy en día en un mar de la no crítica. En las escuelas, en las universidades, en los medios de comunicación, hay una creencia de que todas las culturas y formas de vida son igualmente validas, que nadie tiene derecho de juzgar la conducta o las opiniones del otro.
Incluso después del 11 de Septiembre, hubo voces prominentes que se negaron a condenar categóricamente a los terroristas que habían asesinado a tanta gente inocente. Reuters, la cadena británica de información, decidió como política no llamar a Al Qaeda y a los secuestradores «terroristas», con el argumento de que «el que para algunos es un terrorista para otros es un luchador por la libertad».
Peor aun que este cuidado por distinguir entre bueno y malvado es la afirmación de Stephen Jay Gould en la sección «editorial opuesta» del periódico New York Times, poco después del 11 de Septiembre, diciendo que la bondad es común y el mal es infrecuente.
«En este momento de crisis», escribió Gould, fallecido biólogo de Harvard, es importante afirmar la «verdad esencial» de que «la gente buena y bondadosa es mas numerosa que todos los demás, en una relación de 1000 a 1», como en «Ground Zero» (el sitio donde estaba las torres gemelas), que se ha convertido ahora en «una vasta red de apresurada bondad, canalizando incontables actos de bondad de todo el planeta». Los horrores de la historia son causados no por una «alta frecuencia de gente malvada», dijo Gould, sino por la terrible destructividad de «raros actos de maldad».
Es cierto que ha habido una efusión de benevolencia desde el 11 de Septiembre; es natural que los miembros de una comunidad se unan durante una crisis. Pero no es cierto que la naturaleza humana es esencialmente buena o que el mal es poco común. Y pensar de otra forma es el peor tipo de ilusión.
La decencia y la compasión pueden ser evidentes en estos momentos, pero ¿Dónde estaban la decencia y la compasión durante los siglos de esclavitud, cuando hombres y mujeres fueron reducidos a propiedad? ¿Dónde estaban la decencia y la compasión cuando los Nazis mataron dos tercios de los judíos europeos con la aprobación de una vasta legión de «verdugos voluntarios»? ¿Dónde estaban la decencia y la compasión cuando 800.000 Rwandeses fueron asesinados sanguinariamente por sus conciudadanos? ¿Cuándo las mujeres de Bosnia eran agrupadas en campos para ser violadas?
La desagradable verdad es que la mayoría de las personas no son innatamente buenas y bondadosas. Nuestra voluntad para cometer o consentir la crueldad es considerable. La creencia de Gould en la esencia bondadosa de la humanidad es un acto de fe ciega, conmovedor de alguna forma, pero dañino. Porque si la gente fuera decente y moral por naturaleza, no habría una necesidad urgente de enseñar decencia y moralidad. Si «la gente buena y bondadosa es más numerosa que todos los demás, en una relación de 1000 a 1», no sería necesario que la gente puliera su carácter, podrían trabajar en virtudes y ética tan diligentemente como pueden trabajar en un deporte o tocar el piano.
Como humanista secular, Gould tenía que creer en la naturaleza humana: para él no hay una autoridad más grande. Pero aquellos que creen en Dios, y en un código moral trascendente, no necesitan las gafas rosadas de Gould. Somos capaces de reconocer las debilidades morales de la humanidad y su capacidad para la maldad sin desesperarnos. Porque entendemos que incluso si la bondad no supera a la maldad en relación de 1000 a 1, cada uno de nosotros puede convertirse —con esfuerzo— en una mejor y bondadosa persona. Sólo de esta forma puede la batalla contra la maldad en el mundo hacer un progreso real.
Un niño que crece con educación de Torá sabe que hay bien y mal en el mundo, y sabe que se espera de él que refuerce el bien y se oponga al mal. El Rey David escribió en el Salmo 97: «Si amas a Dios, ¡odia la maldad!». Esa es la pasión moral que el judaísmo ha fomentado durante 3.500 años, y es por eso que aquellos que están imbuidos con sus valores entienden que la maldad de este mundo es muy real, y que todos nosotros tenemos la obligación de hacer nuestro mejor esfuerzo para combatirla.
Versión original: Aish Latino escrito por Jeff Jacoby