Qué decir cuando no hay nada que decir
Cómo interactuar con alguien que atraviesa una crisis.
Cuando las personas que conocemos viven algo difícil o sufren, estamos desesperados por ayudarlas, pero a menudo no sabemos qué decir ni qué hacer. En su esclarecedor libro Opción B, Sheryl Sandberg dice que las personas que pasan momentos difíciles a menudo descubren que no están rodeadas de personas, sino de clichés.
Uno de los más populares, que no se lo dice con malicia o insensibilidad, sino más bien por no tener otra cosa más considerada, es: «Cualquier cosa que pueda hacer, por favor avísame». Ella cita a Bruce Feiler, quien escribió: “Aunque sea con buenas intenciones, este gesto involuntariamente transfiere la obligación a la persona que sufre. En vez de ofrecer ‘cualquier cosa’, simplemente haz algo”.
Sandberg sugiere que en vez de preguntar: “¿Necesitas ayuda con la cena?”, pregunta: “¿Qué les gusta agregarle a la pizza?” o “¿Qué quieres en tu hamburguesa?”. Ella escribe: “Los actos específicos ayudan, porque en vez de intentar resolver el problema, se hacen cargo del daño que causa el problema”.
Sandberg cita a la terapeuta Megan Devine, quien explica por qué es importante hacer algo específico. “En la vida, algunas cosas no se pueden arreglar. Sólo se las puede soportar”.
Esa frase me quedó grabada, porque es exactamente el lenguaje que usan nuestros Rabinos cuando describen una cualidad que tenemos que adquirir como requisito previo para recibir la Torá. Pirkei Avot (6:6) nos dice que uno de los 48 caminos para adquirir la Torá es nose beol im javeró, llevar la carga con tu amigo. Cuando alguien que conocemos atraviesa un momento difícil, se nos ordena aliviar su carga, llevarla con él y asegurarnos que no sienta que la carga solo.
La Dra. Brene Brown describe que la verdadera empatía rara vez comienza con las palabras “al menos”. Ella dice: “A menudo, lo que hace falta no es arreglar el problema de tu ser querido, ni es necesariamente tu tarea ni está dentro de tus capacidades hacerlo. Pero escuchar con atención es algo que la mayoría de las personas pueden hacer”.
Sin embargo, tristemente, debido a la inherente incomodidad y el desafío de encontrar las palabras adecuadas, en vez de aliviar a quienes atraviesan un momento difícil, muchos agregan todavía más peso hablando en vez de escuchar y describiendo cuán difícil es la situación para ellos, en vez de enfocarse en la persona para quien verdaderamente es más difícil.
Susan Silk, una psicóloga clínica, escribió una página de opinión para el LA Timescompartiendo su fantástica “teoría del aro” que aborda este fenómeno y brinda una guía útil:
Dibuja un círculo. Este es el aro central. Escribe en él el nombre de la persona que experimenta el trauma. Ahora dibuja un circulo más grande alrededor del primero. En ese aro escribe el nombre de la segunda persona más cercana al trauma. Repite el proceso tantas veces como sea necesario. En cada aro sucesivo sigue escribiendo los nombres de las siguientes personas más cercanas al trauma. Padres e hijos antes de los parientes más lejanos. Amigos íntimos en aros más pequeños, amigos menos íntimos en aros más grandes. Cuando acabes, tendrás un orden para las quejas. A una de mis pacientes le resultó útil pegarla en su refrigerador.
Estas son las reglas. La persona en el aro central puede decir lo que quiera a cualquiera, en cualquier lugar. Puede quejarse, llorar, maldecir y decir: “la vida es injusta” y “¿por qué yo?”. Ese es el beneficio de estar en el aro central.
Todos los demás también pueden decir esas cosas, pero sólo a las personas que se encuentran en los aros más grandes. Al hablar con alguien de un aro más pequeño que el tuyo, alguien más cercano al centro de la crisis, la meta es ayudar. A veces, escuchar ayuda más que hablar. Pero si vas a abrir la boca, pregúntate si lo que estás a punto de decir aportará consuelo y apoyo. Si no, no lo digas. Por ejemplo, no des consejos. Las personas que están sufriendo un trauma no necesitan consejos. Necesitan consuelo y apoyo. Puedes decir: “Lo siento”, o “Debe ser muy difícil para ti”, o “¿Puedo traerte algo de cenar?”. No digas: “Tienes que escuchar lo que me pasó a mí”, ni “Esto es lo que yo haría si fuera tu”. Y no digas: “Esto realmente me pone triste”.
Si quieres gritar, llorar o quejarte, si quieres decirle a alguien cuán difícil te resulta o qué mal te sientes, o quejarte de cómo te recuerda todas las cosas terribles que te han pasado a ti últimamente, está bien. Es una respuesta perfectamente normal. Sólo hazlo con alguien que se encuentre en un aro más grande.
La regla es: HACIA ADENTRO consuelo, HACIA AFUERA desahogo.
La teoría del aro es una prescripción brillante para relacionarnos con alguien que está atravesando una crisis. La teoría captura algo que sabemos intuitivamente pero a menudo no ponemos en práctica. De hecho, probablemente deberían escribirlo en las puertas de las habitaciones de los hospitales y en la entrada de las casas de shivá.
Sin embargo, con toda su genialidad, la teoría del aro da por sentado algo que, desafortunadamente, no es para nada obvio. La teoría provee una guía para aquellos que escogen involucrarse. Pero pregúntale a cualquiera que haya atravesado una crisis y te dirán que la mayoría de las personas en su vida no las consolaron ni se desahogaron, ni para adentro ni para afuera. Simplemente desaparecieron.
Sí, en momentos de crisis, la familia, los amigos y la comunidad a menudo están presentes. Pero, ¿qué ocurre cuando la crisis misma pasa? ¿Cuán presentes estamos en las vidas de aquellos que decimos que nos importan profundamente cuando la urgencia pasa y la catástrofe se disipa?
A medida que pasa el tiempo, sin tener la intención consciente de hacerlo, muchos adoptan un enfoque de “fuera de la vista, fuera de la mente”, y dejan a la persona afligida sintiéndose olvidada, descuidada, insignificante y sola. Lo que la “teoría del aro” no considera es que no hacer nada y quedarse callado frente a alguien que está luchando con una enfermedad, una pérdida, un divorcio o el desempleo puede ser más doloroso que decir o hacer algo equivocado.
Lamentablemente, en nuestra comunidad hay muchas personas que sufren enfermedades, pérdidas y otras situaciones dolorosas. Dicho de forma simple: ellos cuentan con nosotros, sus amigos y comunidad, para que su dolor nos importe lo suficiente como para «entrar al aro». Quizás estaremos hacia el centro del círculo o tal vez en un aro concéntrico externo. Pero lo peor que podemos hacer es desaparecer por completo.
Rav Grajower sugiere: “Una de las facetas más difíciles de pasar por una enfermedad o tragedia es la profunda sensación de soledad que acompaña a estas adversidades… En mi experiencia, la mejor forma de ayudar a esa persona/familia a sentirse menos aislada es contactarlos frecuentemente, con mensajes muy cortos. Incluso ahora, varias personas me mandan mensajes cada viernes para desearme un Shabat Shalom. Algunos amigos me llaman o me envían mensajes al azar, sólo para que sepa que piensan en mí. Estos simples mensajes, que sólo lleva unos segundos enviar, pueden ser extremadamente conmovedores y poderosos para combatir la soledad”.
Acércate, visita, envía un mensaje, pasa espontáneamente a dejar unas flores o una jalá, invita para una cena o sólo hazles saber que rezas por ellos, que piensas en ellos. Encuentra el equilibrio entre estar presente y darles el espacio que necesitan.
Es muy difícil ver sufrir a las personas que queremos. Un desafío todavía mayor es cuando no hay nada que podamos hacer para aliviar, revertir o hacer desaparecer su dolor. En esos momentos, nuestra responsabilidad es tomar parte de la carga y ayudarlos a cargarla. Saber que estamos rezando con todo el corazón, hacer cosas prácticas tangibles y asegurarnos de brindar tan sólo consuelo permite que nuestros seres queridos sientan la carga un poquito más liviana.
Versión original: Aish Latino escrito por Rav Efrem Goldberg