¿Vale la pena llegar a la vejez?
Envejecer es una bendición, no una maldición.
A pesar de las recomendaciones de Ezequiel Emanuel en su artículo titulado «Por qué espero morir a los 75», vamos a pensar cómo los judíos de todo el mundo siempre nos unimos para rezar y pedir ser inscritos en el libro de la vida celestial (año con año, cada Rosh HaShaná y Iom Kipur).
Emanuel pareciera tener grandes credenciales. Es el Director del Departamento de Bioética Clínica en el Instituto Nacional de la Salud de Estados Unidos y lidera el Departamento de Ética Médica y Políticas de la Salud en la Universidad de Pensilvania. Con un currículo como ese, uno podría llegar a tomar sus opiniones seriamente. Después de todo, él ofrece interesantes razones por las que cree que vivir más allá de los 75 no tiene sentido cuando, como él mismo expresa, “habré vivido una vida completa y, después de ese punto, las cosas sólo irán en descenso”.
Así es como explica por qué no se esforzará para alcanzar la longevidad después de la edad en la que él decidió que comienza la decrepitud:
Hay una simple verdad a la que muchos parecemos resistirnos: vivir demasiado también es una pérdida. A la mayoría de nosotros, si no nos deja discapacitados, al menos nos deja cojos y empeorando gradualmente, en un estado que quizás no sea peor que la muerte pero que igualmente es de privación. La vejez nos roba nuestra creatividad y nuestra capacidad para contribuir al trabajo, a la sociedad y al mundo.
Transforma la imagen que las personas tienen de nosotros, la forma en que se relacionan con nosotros y, fundamentalmente, la forma en que nos recordarán. Ya no seremos recordados como seres vibrantes y comprometidos, sino como personas débiles, ineficaces e incluso patéticas.
En resumen, envejecer debería ser evitado a toda costa, incluso si eso significa desear su única alternativa, la muerte. ‘Escríbeme en el libro de la muerte’, es el pedido que Emanuel le hace a Dios, ‘cuando ya no sea el hombre joven que tenía todas las bendiciones’. Es una plegaria que va en contra de las enseñanzas más básicas del judaísmo, así como de la sabiduría de la Torá y sus comentaristas.
Tres de las dificultades que Ezekiel Emanuel propuso como las razones de su deseo de no vivir más allá de los 75 años, fueron respuestas divinas a pedidos de nuestros patriarcas.
Sí, hoy en día prácticamente se considera un pecado envejecer. Somos la generación Bótox que idolatra la juventud y que quiere, más que ninguna otra cosa, ocultar los indicadores de la edad y camuflar las señales que dejan ver el paso de los años, una negación irrealista de la realidad que los sociólogos Taves y Hansen denominaron «el síndrome Peter Pan». Y sí, tenemos la capacidad de extender nuestros años, pero no de asegurar que el envejecimiento no acarree dolores y enfermedades. A menudo vivimos más allá del regalo de nuestra plena capacidad mental y de la salud de nuestras capacidades físicas.
Pero si nos preguntamos si a pesar de todo todavía vale la pena, podríamos sorprendernos al descubrir que las mismas cosas que consideramos que son nuestros problemas eran consideradas por nuestros sabios rabínicos como importantes bendiciones. De hecho, en un increíble pasaje del Midrash, ¡tres de las dificultades que presentó Ezekiel Emanuel como razones de su deseo de no vivir más allá de los 75 fueron respuestas divinas a pedidos de nuestros patriarcas Abraham, Itzjak y Yaakov!
Envejeciendo
La primera vez que la Torá hace referencia a la vejez es en relación a Abraham. “Y Abraham era anciano, entrado en días; y Dios había bendecido a Abraham en todo” (Génesis 24:1).
¿Por qué la vejez no había sido mencionada nunca antes en conexión a otra persona? ¡La respuesta rabínica es que esta fue la primera vez en que hubo un envejecimiento que fuera advertible!
Es destacable enterarnos que Abraham le pidió a Dios que le diera, como una bendición, las señales que hoy consideramos una maldición. “Amo del universo”, rezó Abraham, “si no existe la vejez, no habrá diferencia entre un niño inmaduro y el hombre maduro que ha adquirido un cierto nivel de inteligencia, experiencia y sabiduría. Eso no es bueno. Si eres tan amable, corónanos con la vejez. Por un poco de blanco en el cabello, haz que una persona se vea un poco mayor, más distinguida. Los demás sabrán a quién darle un mayor respeto”.
El Midrash concluye que, al escuchar este pedido, Dios le dijo a Abraham: “Has pedido algo bueno. Y comenzará a partir de ti”. Esa es la razón por la que “Abraham era anciano, entrado en días; y Dios había bendecido a Abraham en todo».
Lo que Abraham trajo al mundo fue el visto bueno divino a su deseo de que la edad merezca ser honrada por las cosas en que es superior a la juventud.
Construcción de carácter
Itzjak también tuvo un deseo. El Midrash lo infiere del versículo que nos dice: “Cuando Itzjak envejeció y sus ojos se debilitaron de ver (y quedó ciego)…” (Génesis 27:1).
En ningún lugar anterior de la Torá encontramos la mención de una aflicción física. Esta es la primera vez, y pareciera no tener justificación. ¿Cómo podemos explicar su ceguera? Sorprendentemente, esto también fue la respuesta divina a una plegaria.
El Midrash completa la información: “Amo del universo”, le dijo Itzjak a Dios, “tengo miedo de enfrentarte sin haber sufrido dificultades en esta tierra. Sé que el desafío de enfrentar dificultades, así como encontrar el camino para superarlas, me harán una mejor persona. Rezo, entonces, para que me hagas atravesar sufrimientos ahora y me hagas más valioso”. A este pedido, Dios de nuevo respondió: “Has pedido algo bueno. Comenzará a partir de ti”.
Para la mayoría de la humanidad, el dolor es algo que debe ser evitado a toda costa y las incapacidades deben ser detestadas. Pero sin embargo, hay quienes han llegado a entender que el carácter es, como lo expresa Booker T. Washington, «la suma de todas las batallas que tuvimos».
Helen Keller tuvo la profunda sabiduría, en la vejez, para decir: “Le agradezco a Dios mis incapacidades, porque a través de ella me encontré a mí misma, a mi trabajo y a Dios”. Hay una gran verdad en el aforismo que expresa que “la gema no puede ser pulida sin fricción, y tampoco el hombre puede ser perfeccionado sin pruebas”. Itzjak fue el primero en entender intuitivamente este hecho y en tener el coraje para pedir que tenga un rol en su vida.
Es cierto, hay mucho del sufrimiento humano que no podemos entender ni intentar justificar. Sin embargo, es un buen recordatorio aprender que hay formas en las que el sufrimiento tiene un propósito muy noble y nos seríamos tontos si abandonáramos la vida simplemente para evitarlo.
Advertencia de muerte
Esto nos trae a Yaakov, el tercero de los patriarcas. Él también pidió un deseo que, superficialmente, pareciera ser más una maldición que una bendición. También es descrito como el primero de su tipo en la Torá. Antes de Itzjak, no hay registro de nadie cuya muerte viniera precedida por una enfermedad terminal. La leyenda casi universal dice que, en los comienzos de la humanidad, las personas morían con un estornudo. El hombre fue creado cuando Dios sopló Su espíritu en las fosas nasales de Adam. Entonces, el momento de la muerte era cuando el hálito final de vida era expulsado desde el mismo lugar en el que había entrado originalmente.
Yaakov no temía morir, pero sí le tenía miedo a este tipo de muerte repentina. También se dirigió a Dios con un pedido: “Amo del universo”, rezó, “las personas mueren sin advertencia. Su hálito les es quitado y se van en un instante. Estornudan y mueren. No tienen la oportunidad de arreglar sus asuntos, de hacer las paces con los que han maltratado ni de pedirle perdón a Dios y al hombre. Dios, por favor, dame el regalo de una enfermedad terminal antes de que me lleve el Ángel de la muerte”.
Por tercera vez, Dios contestó: “Has pedido algo bueno. A partir de ti comenzará”. Entonces, en Génesis 48:1, encontramos por primera vez la palabra para una enfermedad seria: jolé. Un mensajero va donde Iosef y le dice: “Tu padre está enfermo”. Poco tiempo después Yaakov muere, pero no antes de tener la oportunidad de despedirse de su familia.
Imagina. Yaakov podría haber dejado este mundo de la misma manera que lo hacían sus contemporáneos. Sin preocupación, estrés ni ansiedad. Ni siquiera habría tenido que vivir la triste escena de la familia sentada alrededor del lecho de muerte, aceptando con lágrimas la inminente tragedia. Sin embargo, Yaakov eligió el camino de la consciencia. A pesar de que durante toda su vida supo lo que todos sabemos y reconoció su mortalidad, sintió que había mucho para ganar en el tiempo que precede innegablemente a la partida final.
He visto a muchas personas aprovechando en gran manera sus últimos momentos.
He visto a muchas personas aprovechando en gran manera sus últimos momentos. Hablamos sobre prepararnos para conocer a nuestro Creador. Es una oportunidad que, por definición, sólo tenemos una vez en la vida. De acuerdo al Talmud, el arrepentimiento sincero en el momento final puede revertir años de transgresión. He visto cómo los agonizantes se transformaron al reflexionar sobre su pasado con la visión mucho más clara que han obtenido al estar acercándose a la eternidad.
Saber que uno va a morir también permite reconciliaciones que, de otra manera, nunca hubieran sido posibles. He visto grandes enemigos abrazándose en el lecho de muerte, niños que se habían alejado de padres disculpándose, maridos y esposas que están en medio de un divorcio rogándose uno a otro por perdón. Lo que las personas dicen antes de la muerte tiene un peso increíble.
Yaakov sabía por qué quería el regalo de la advertencia a pesar de que viniera con sufrimiento. Su beneficio era mucho mayor que su dolor. Eso debe consolar a todos los que reciben un tiempo para prepararse para su partida. Al igual que Yaakov, deben estar agradecidos por la especial oportunidad que tienen para decir un último adiós.
Y basado en todo esto es que invito a Ezekiel Emanuel a reconsiderar su postura. Las cosas que teme del envejecimiento son parte de un plan divino que tiene un objetivo y un sentido. Cada momento del regalo de la vida tiene importancia y un gran potencial para cumplir con la voluntad de Dios para el universo.
Me parece una serendipia que Emanuel haya elegido el año 75 como el ideal para la muerte, ya que fue el año en que Abraham comenzó su trascendental misión para transmitirle su creencia del monoteísmo al resto del mundo. Los logros vienen cuando Dios los desea, por lo general tarde en la vida. Siendo un octogenario, rezaré por más tiempo para continuar teniendo el rol que Dios tenga en mente para mí, sea cual sea, como la razón para mi presencia en la tierra… al menos hasta los 120.
Versión original: Aish Latino escrito por Rav Benjamín Blech