La Vejez y la Ley China
Para todo padre occidental, no suele ser más que una fantasía; pero ahora es parte de la ley en China.
La autoridades chinas estaban consternadas por el hecho que la tradición ancestral de reverencia por los mayores y de respeto por los padres estuviese comenzando a decrecer. Consideraron que eso era una amenaza a la base espiritual de su sociedad. Y por lo tanto, tomaron acción al respecto.
Según apareció recientemente en un reportaje en el periódico New York Times, el gobierno de Beijing proclamó una ley que obliga a los hijos adultos a visitar a sus padres ancianos. La ley, llamada “Ley de Protección de los Derechos e Intereses del Anciano”, define las responsabilidades de los hijos adultos y su obligación de proveer “las necesidades espirituales de los ancianos” en nueve cláusulas específicas. Los hijos deben ir a casa frecuentemente a ver a sus padres, y deben también enviar saludos y preocuparse por su estado de forma regular. Es más, para asegurar que se cumpla la ley, las compañías deben proporcionar a sus empleados suficiente tiempo libre como para hacer las visitas respectivas.
Los oficiales del ejército del norte de China han ido incluso un paso más allá. Ellos se rehúsan a promocionar a los soldados a menos que estos muestren suficiente respeto hacia sus padres, esperando que sirvan de esta forma de ejemplo para el resto de los ciudadanos. Los asesores entrevistan a los padres, suegros y esposas respecto a cómo son tratados. La quejas de parientes descontentos son suficientes como para vetar una promoción. “Si queremos ayudar a la población a tener respeto por los padres, los oficiales deben dar el primer paso”, dijo Qi Jinghai, el secretario del partido en el condado de Weixian, de la provincia de Hebei. Él dijo que creía en la enseñanza de Confucio, quien decía que el respeto por los padres iba por sobre otras virtudes y que no se podían confiar asuntos públicos a quienes no se preocupaban de sus padres.
Estos esfuerzos, los cuales infringen las libertades personales e imponen restricciones legales a la conducta privada, parecen ser discordantes con nuestra sociedad democrática. Pero, sin embargo, hacen que nos cuestionemos un problemático aspecto de nuestra cultura contemporánea, el cual ha creado un clima de indiferencia, intolerancia y en ocasiones incluso de antipatía por los ancianos. Los sociólogos le han puesto incluso un nombre: edaísmo. Se refiere a la estereotipificación derogatoria de los ancianos, siendo la única forma de prejuicio con la cual los guardianes del buen comportamiento hacen la vista gorda a pesar de que es por lejos la más común de entre todos los tipos de discriminación.
Ésta no se limita a ningún grupo específico; eventualmente, todos serán víctimas de este tipo de discriminación por el mero pecado de sobrevivir.
La Generación Botox
El mundo occidental idolatra la juventud. La generación Botox quiere, por sobre todas las cosas, esconder cualquier indicador de edad y camuflar las señales que delatan el paso del tiempo, en una forma de negación de la realidad que los sociólogos Taves y Hensen han llamado “el síndrome de Peter Pan”. Abuelas de más de 80 años insisten en llamar a sus amigas “las chicas” e intentan vestir acorde. Los hombres ancianos se comportan de forma inmadura, como si fueran quinceañeros, para intentar adaptarse a los valores contemporáneos.
Envejecer hoy en día es prácticamente considerado un pecado. Y con eso viene un desprecio por la sabiduría, el aprendizaje y la experiencia del adulto mayor, así como por la gratitud que debiésemos sentir por todo lo que le han legado a la siguiente generación.
En contraste con esto está la increíble historia que cuenta el Midrash sobre la forma en que fue introducida por primera vez la vejez en el mundo. La Torá cuenta que “Abraham era viejo, entrado en años”. Antes de eso no se habla de nadie con esta descripción. Nuestros sabios infieren de aquí que Dios introdujo la vejez en el mundo como respuesta a una petición especial que había sido formulada por nuestro primer patriarca. Abraham se acercó a Dios con una petición: “Amo del Universo, un hombre y su hijo caminan juntos y nadie sabe a quién rendir honor. Te ruego que hagas una distinción entre ellos”.
El judaísmo lidia con el problema de la edad otorgándole un estatus. La cultura occidental lidia con él negando su existencia.
En la visión tradicional judía, la vejez no es una maldición, sino una respuesta positiva de Dios ante una petición humana. Fue la respuesta ante una necesidad. Sino, ¿como podría saber la gente a quién honrar? Es el regalo de Dios de tener una distinción visible que permite que aquellos que merecen el honor de la edad puedan recibirlo.
El judaísmo lidia con el problema de la edad otorgándole un estatus. La cultura occidental lidia con él negando su existencia. Es el absurdo implícito de esta última forma de enfrentar las cosas el que causa su inevitable fracaso. Peter Pan es un cuento de hadas. En cambio, el respeto por la edad de los demás, lo cual conduce al auto-respeto, es la única alternativa viable.
El pueblo judío y el pueblo chino, dos de las culturas más antiguas existentes, comparten su pasión por el respeto a los ancianos. Lin Yutang, en su clásica obra “La Importancia de Vivir”, señala que “he encontrado que ninguna diferencia es absoluta entre la forma de vida Occidental y la Oriental excepto la actitud que tienen respecto a la edad. En China, la primera pregunta que una persona le hace a otra en una llamada oficial es: ‘¿Cuál es tu gloriosa edad?’. Si responde en tono de disculpa diciendo que su edad es veintitrés o veintiocho, el otro lo conforta diciéndole que todavía tiene un glorioso futuro, y que algún día quizás llegue a ser anciano. El entusiasmo crece proporcionalmente a medida que los hombres son capaces de señalar una mayor edad, y si tiene más de cincuenta años, el que pregunta asume un tono de humildad y respeto. La gente espera con ansias la celebración de su quincuagésimo primer cumpleaños”.
La Torá describe el rol especial que les fue asignado a los ancianos: “Pregúntale a tu padre y él te dirá, a tus ancianos y ellos te informarán” (Deuteronomio 32:7). La oportunidades para aprender de quienes han acumulado sabiduría de vida debe ser atesorada.
Pero dado que le tememos al proceso de envejecimiento, nos alejamos de los ancianos y de su sabiduría acumulada. Degradar y despreciar nuestro recurso natural de vida más importante es privarnos de innumerables beneficios. Nos quitamos a nosotros mismos la oportunidad de aprender de quienes están más capacitados para enseñarnos. Omitimos la importancia de la ascendencia, de la historia y de las raíces, y perdemos por lo tanto un valioso entendimiento de nosotros mismos.
El pueblo chino, como hemos visto, ha elegido incorporar este concepto en su ley. El pueblo judío tiene un método más poderoso para alcanzar el mismo fin.
El versículo bíblico que trata acerca de nuestra responsabilidad especial con los ancianos dice: “Te levantarás frente a quien tenga la cabeza blanca, honrarás el rostro del anciano y temerás a Hashem: Yo soy tu Dios” (Levítico 9:32). ¿Por qué – preguntan los comentaristas rabínicos – el versículo termina con las palabras ‘Yo soy tu Dios’? Porque la mayor preocupación de Dios es que al relacionarnos con el anciano necesitado “cerremos nuestros ojos y hagamos como que no lo hemos visto” (Kidushin 32b). Por lo tanto, se le recuerda al hombre, “Yo soy tu Dios” – Quien conoce no sólo la acción de la mano, sino también la negación del corazón.
Para el pueblo judío, es mucho más que la ley de un país – es una ley fundamental de la Torá de Dios.
Versión original: Aish Latino escrito por Rav Benjamín Blech